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¿De qué hablamos cuando hablamos de la «novela tradicional»?

Novela tradicional

Si me die­ran un ki­ló­me­tro por cada vez que la ex­pre­sión «no­vela tra­di­cio­nal» —o sus de­ri­va­dos— se me ha cru­zado en el ca­mino, quizá ya ten­dría su­fi­cien­tes para cru­zar el Atlán­tico de ida y vuelta (…)

Para no caer del puente

Un puente indestructible

Una no­vela nos llega a ve­ces como una fruta de ul­tra­mar, en­vuelta en una pro­tec­ción, una cás­cara, y, casi siem­pre, con un se­llo. Todo lo cual de­be­mos se­pa­rar cui­da­do­sa­mente an­tes de po­der dis­fru­tar de su pulpa ju­gosa. Una de esas en­vol­tu­ras, que en la jerga de la crí­tica se llama «ele­mento pa­ra­tex­tual», es el epí­grafe, suerte de puente que nos une, y a ve­ces se­para, del texto de la novela (…)

El arte de la seducción

El graduado

El arte de la fic­ción es, en buena cuenta, un arte de se­duc­ción. Los pri­me­ros pá­rra­fos debe lo­grar que el lec­tor quede tan in­tere­sado en el texto que esté dis­puesto a se­guir le­yendo. El pe­li­gro con este tipo de afir­ma­cio­nes es que se con­vier­tan en una bús­queda de una fór­mula que desem­bo­que en una he­te­ro­do­xia que se apli­que a ra­ja­ta­bla a toda no­vela que se nos cruce en el camino (…)

La máquina perpetua

Movimiento perpetuo

Cuando se lee una buena no­vela, hay un mo­mento en que se tiene la im­pre­sión bas­tante clara de que la na­rra­ción se ha echado a an­dar. La se­ñal más fre­cuente es que lo­gra­mos su­mer­gir­nos en el mundo al­ter­na­tivo de la fic­ción, ol­vi­dán­do­nos a ve­ces du­rante ho­ras de lo ocu­rre a nues­tro al­re­de­dor. To­dos he­mos ex­pe­ri­men­tado de vez en cuando la ca­pa­ci­dad que tiene una na­rra­ción para, como dice Var­gas Llosa, ba­jar nues­tras de­fen­sas crí­ti­cas y su­mer­gir­nos en el mundo de la fic­ción. ¿Cómo lo logran? (…)

Ser la persona herida

Heridos en la Playa Omaha, 1944

En el «Canto a mí mismo» de Whit­man hay un pa­saje en el que éste es­cribe: «No le pre­gunto a la per­sona he­rida cómo se siente / yo mismo me con­vierto en la per­sona he­rida». Es­tos dos ver­sos pa­re­cen re­su­mir una de las cru­ces de la fic­ción, la cues­tión de si es po­si­ble es­cri­bir desde el punto de vista de otra per­sona. En otras pa­la­bras, si es po­si­ble que un es­cri­tor cree un per­so­naje muy di­fe­rente a sí mismo (…)

Para narrar ha nacido

En toda fic­ción hay un per­so­naje que nace listo para cum­plir su fun­ción, y muere, o por lo me­nos des­a­pa­rece, tan pronto como ha cum­plido su pro­pó­sito. Es el ser efí­mero de la fic­ción. Usual­mente se lo co­noce como el «na­rra­dor». El nom­bre se presta a ve­ces a cier­tos ma­los en­ten­di­dos, pero su pa­ren­tesco con los na­rra­do­res ora­les le otorga un pe­di­gree di­fí­cil de re­fu­tar. El na­rra­dor en fic­ción es la «in­te­li­gen­cia» que cuenta la his­to­ria. En­tre sus ca­rac­te­rís­ti­cas, la que me­nos se dis­cute es el he­cho de que esa in­te­li­gen­cia tiene una consciencia (…)

Corazón de tinieblas

Apocalypse Now

El año 1999 fue bas­tante fruc­tí­fero en tér­mi­nos li­te­ra­rios: se pu­blicó True at First Light, que He­ming­way dejó sin ter­mi­nar; Gün­ter Grass re­ci­bió el Pre­mio No­bel; Ian McE­wan pu­blicó Ams­ter­dam; y J.M. Coet­zee pu­blicó Des­gra­cia, y ganó el Boo­ker Prize. Quizá por la al­ga­ra­bía del mo­mento na­die se acordó que El co­ra­zón de las ti­nie­blas de Jo­seph Con­rad cum­plía cien años (…)