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La palabra feroz de Philip Roth

Anthony Hopkins como Coleman Silk

La con­ven­ción del es­cri­tor como tes­tigo de la his­to­ria que na­rra es quizá tan an­ti­gua como la li­te­ra­tura misma. En épo­cas re­cien­tes se la ha aso­ciado con la prác­tica del pe­rio­dismo, la his­to­ria, la au­to­bio­gra­fía, y, na­tu­ral­mente, el tes­ti­mo­nio. La pre­sen­cia del au­tor den­tro de la na­rra­ción po­dría en­ten­derse como una re­be­lión con­tra la con­ven­ción, tam­bién ar­ti­fi­cial, del au­tor om­nis­ciente: la pre­sen­cia in­vi­si­ble que nos cuenta la ma­yo­ría de no­ve­las. Tam­bién po­dría de­cirse que es un sín­toma de que la ten­sión en­tre reali­dad y fic­ción si­gue, fe­liz­mente, to­da­vía sin resolver (…)

Herramientas de escritor I

Escribiendo a la antigua

Po­dría pa­re­cer que con la apa­ri­ción de la compu­tadora per­so­nal los es­cri­to­res de­bie­ron ver so­lu­cio­nado dos de sus gran­des pro­ble­mas. La nueva tec­no­lo­gía nos sólo pro­me­tía si­len­ciar de una vez por to­das la rui­dosa má­quina de es­cri­bir sino tam­bién eli­mi­nar la te­diosa ta­rea de re­ti­pear un ma­nus­crito des­pués de una ronda de co­rrec­cio­nes. La­men­ta­ble­mente, hasta hace poco, las he­rra­mien­tas de es­cri­tor eran, por lo me­nos, insuficientes (…)

Tener algo que decir

Salir del cuadro

Hace poco es­tuve en una fe­ria del li­bro donde es­cu­ché en más de una oca­sión un co­men­ta­rio que siem­pre me ha pa­re­cido cu­rioso: «el es­cri­tor tal no tiene nada qué de­cir». Como to­dos los pro­nun­cia­mien­tos ta­xa­ti­vos tam­bién éste nace con un ta­lón de Aqui­les que re­sulta in­vi­si­ble para quien lo for­mula. Una lec­tura be­nigna po­dría en­ten­derlo como una afir­ma­ción hi­per­bó­lica. En todo caso, no se la puede ig­no­rar, no por­que plan­tee una justa eva­lua­ción so­bre un au­tor, sino por­que es un meme que se usa como si es­tu­viera real­mente claro qué significa (…)

El arte de la seducción

El graduado

El arte de la fic­ción es, en buena cuenta, un arte de se­duc­ción. Los pri­me­ros pá­rra­fos debe lo­grar que el lec­tor quede tan in­tere­sado en el texto que esté dis­puesto a se­guir le­yendo. El pe­li­gro con este tipo de afir­ma­cio­nes es que se con­vier­tan en una bús­queda de una fór­mula que desem­bo­que en una he­te­ro­do­xia que se apli­que a ra­ja­ta­bla a toda no­vela que se nos cruce en el camino (…)

La personalidad más transparente

Una escultora creando un personaje transparente

El mo­mento en que la fic­ción em­pieza a re­pre­sen­tar el mundo in­te­rior de los per­so­na­jes marca un giro de­fi­ni­tivo en el desa­rro­llo téc­nico de la fic­ción. No me re­fiero al so­li­lo­quio —pre­sente en el tea­tro desde el tiempo de los grie­gos— dis­curso pú­blico, re­gu­lado por con­ven­cio­nes que lo ale­jan del mundo in­te­rior de los per­so­na­jes. Me re­fiero más bien a la re­pre­sen­ta­ción del pro­ceso men­tal de un per­so­naje en una na­rra­ción sin que éste pierda su es­ta­tuto privado (…)

El camino menos recorrido

The Road (la película)

La no­vela de ca­rre­tera tiene un largo pe­di­gree que em­pieza desde la pu­bli­ca­ción misma de Don Qui­jote. Dos com­pa­ñe­ros de viaje, casi siem­pre con per­so­na­li­da­des muy di­fe­ren­tes, via­jan jun­tos a un des­tino que no es tan im­por­tante como la tra­ve­sía que los une. Es el caso de The Road de Cor­mac Mc­Carthy, tra­du­cida como La ca­rre­tera por Luis Mu­ri­llo Fort, una tra­duc­ción que como po­cas res­peta las con­ven­cio­nes na­rra­ti­vas del ori­gi­nal. Me atrevo a su­ge­rir que este tema tan an­ti­guo ad­quiere gran parte de su po­der de per­sua­sión en La ca­rre­tera gra­cias a las he­rra­mien­tas na­rra­ti­vas a las que Mc­Carthy echa mano (…)

Para narrar ha nacido

En toda fic­ción hay un per­so­naje que nace listo para cum­plir su fun­ción, y muere, o por lo me­nos des­a­pa­rece, tan pronto como ha cum­plido su pro­pó­sito. Es el ser efí­mero de la fic­ción. Usual­mente se lo co­noce como el «na­rra­dor». El nom­bre se presta a ve­ces a cier­tos ma­los en­ten­di­dos, pero su pa­ren­tesco con los na­rra­do­res ora­les le otorga un pe­di­gree di­fí­cil de re­fu­tar. El na­rra­dor en fic­ción es la «in­te­li­gen­cia» que cuenta la his­to­ria. En­tre sus ca­rac­te­rís­ti­cas, la que me­nos se dis­cute es el he­cho de que esa in­te­li­gen­cia tiene una consciencia (…)