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Herramientas de escritor I

Escribiendo a la antigua

Po­dría pa­re­cer que con la apa­ri­ción de la compu­tadora per­so­nal los es­cri­to­res de­bie­ron ver so­lu­cio­nado dos de sus gran­des pro­ble­mas. La nueva tec­no­lo­gía nos sólo pro­me­tía si­len­ciar de una vez por to­das la rui­dosa má­quina de es­cri­bir sino tam­bién eli­mi­nar la te­diosa ta­rea de re­ti­pear un ma­nus­crito des­pués de una ronda de co­rrec­cio­nes. La­men­ta­ble­mente, hasta hace poco, las he­rra­mien­tas de es­cri­tor eran, por lo me­nos, insuficientes (…)

La máquina perpetua

Movimiento perpetuo

Cuando se lee una buena no­vela, hay un mo­mento en que se tiene la im­pre­sión bas­tante clara de que la na­rra­ción se ha echado a an­dar. La se­ñal más fre­cuente es que lo­gra­mos su­mer­gir­nos en el mundo al­ter­na­tivo de la fic­ción, ol­vi­dán­do­nos a ve­ces du­rante ho­ras de lo ocu­rre a nues­tro al­re­de­dor. To­dos he­mos ex­pe­ri­men­tado de vez en cuando la ca­pa­ci­dad que tiene una na­rra­ción para, como dice Var­gas Llosa, ba­jar nues­tras de­fen­sas crí­ti­cas y su­mer­gir­nos en el mundo de la fic­ción. ¿Cómo lo logran? (…)

Hacer del hambre un arte

«Multidimensional Art» de Lilo Kinne

Cuando se men­ciona a Kafka, la ma­yo­ría tiende a re­cor­dar de in­me­diato «La me­ta­mor­fo­sis» («Die Ver­wand­lung»), que al pa­re­cer es su cuento más co­no­cido, aun­que quizá no sea ne­ce­sa­ria­mente el me­jor. voy a ir a con­tra co­rriente para su­ge­rir que quizá el me­jor cuento de Kafka no sea «La me­ta­mor­fo­sis» sino «El ar­tista del ham­bre» («Ein Hun­ger­künstler») pu­bli­cado cinco años des­pués, en 1924 (…)

Esta pared no existe

Molino de viento

Cuando leí por pri­mera vez Don Qui­jote, una de las imá­ge­nes que me quedó me­jor gra­bada en la me­mo­ria fue aque­lla de los mo­li­nos de viento, que ima­giné en­ton­ces como gi­gan­tes­cas cons­truc­cio­nes blan­cas, re­cor­ta­das con­tra un cielo man­chego lleno de nu­bes gri­ses. Cuando tuve la opor­tu­ni­dad, no dudé ni un ins­tante en via­jar hasta La Man­cha, para ver en per­sona los le­gen­da­rios mo­li­nos de viento. Los del Qui­jote no existían (…)

Las primeras palabras

Gar­cía Már­quez dijo una vez que la pri­mera ora­ción de una no­vela debe aga­rrar al lec­tor del cue­llo y no sol­tarlo. Su afir­ma­ción es parte de una suerte de mo­vi­miento de culto a las pri­me­ras ora­cio­nes. ¿Quién no re­cuerda, aun­que no haya leído ni si­quiera el pri­mer ca­pí­tulo del Qui­jote aquel, «En un lu­gar de la Man­cha…»? Sin em­bargo, tengo la im­pre­sión de que Gar­cía Már­quez, como casi siem­pre, ha­blaba hiperbólicamente. (…)