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La máquina perpetua

Movimiento perpetuo

Cuando se lee una buena no­vela, hay un mo­mento en que se tiene la im­pre­sión bas­tante clara de que la na­rra­ción se ha echado a an­dar. La se­ñal más fre­cuente es que lo­gra­mos su­mer­gir­nos en el mundo al­ter­na­tivo de la fic­ción, ol­vi­dán­do­nos a ve­ces du­rante ho­ras de lo ocu­rre a nues­tro al­re­de­dor. To­dos he­mos ex­pe­ri­men­tado de vez en cuando la ca­pa­ci­dad que tiene una na­rra­ción para, como dice Var­gas Llosa, ba­jar nues­tras de­fen­sas crí­ti­cas y su­mer­gir­nos en el mundo de la fic­ción. ¿Cómo lo logran? (…)

El americano impasible

El americano impasible

Se dice que Graham Greene era un es­cri­tor que plan­teaba sus na­rra­cio­nes de una ma­nera ci­ne­má­tica. Él mismo afirma que, por lo me­nos en dos de sus no­ve­las, em­pleó el mé­todo del re­por­taje pe­rio­dís­tico, más vi­sual que des­crip­tivo. Esto no sig­ni­fica, sin em­bargo, que sus no­ve­las sean fá­cil­mente adap­ta­bles al cine. Pa­rece ser todo lo con­tra­rio, por ejem­plo, con El ame­ri­cano im­pa­si­ble, que pu­blica en 1955, una año des­pués que la Con­fe­ren­cia de Gi­ne­bra de­ci­diera ter­mi­nar la ocu­pa­ción co­lo­nial fran­cesa, par­tiendo Viet­nam en el Pa­ra­lelo 17 (…)

Para narrar ha nacido

En toda fic­ción hay un per­so­naje que nace listo para cum­plir su fun­ción, y muere, o por lo me­nos des­a­pa­rece, tan pronto como ha cum­plido su pro­pó­sito. Es el ser efí­mero de la fic­ción. Usual­mente se lo co­noce como el «na­rra­dor». El nom­bre se presta a ve­ces a cier­tos ma­los en­ten­di­dos, pero su pa­ren­tesco con los na­rra­do­res ora­les le otorga un pe­di­gree di­fí­cil de re­fu­tar. El na­rra­dor en fic­ción es la «in­te­li­gen­cia» que cuenta la his­to­ria. En­tre sus ca­rac­te­rís­ti­cas, la que me­nos se dis­cute es el he­cho de que esa in­te­li­gen­cia tiene una consciencia (…)

Corazón de tinieblas

Apocalypse Now

El año 1999 fue bas­tante fruc­tí­fero en tér­mi­nos li­te­ra­rios: se pu­blicó True at First Light, que He­ming­way dejó sin ter­mi­nar; Gün­ter Grass re­ci­bió el Pre­mio No­bel; Ian McE­wan pu­blicó Ams­ter­dam; y J.M. Coet­zee pu­blicó Des­gra­cia, y ganó el Boo­ker Prize. Quizá por la al­ga­ra­bía del mo­mento na­die se acordó que El co­ra­zón de las ti­nie­blas de Jo­seph Con­rad cum­plía cien años (…)

Crónica de un instante anunciado

El tiempo detenido

Cuando un es­cri­tor quiere con­tar la vida de un per­so­naje, no puede darse el lujo de in­cluir to­dos los de­ta­lles, tiene que ele­gir unos po­cos epi­so­dios sig­ni­fi­ca­ti­vos. Esto de­pende del prin­ci­pio de eco­no­mía que rige toda na­rra­ción. La vida en­tera de un per­so­naje re­sul­ta­ría te­diosa, llena de re­pe­ti­cio­nes y de ac­cio­nes ba­na­les. Me atrevo a su­ge­rir que tam­bién de­pende de la re­la­ción in­versa que el tiempo na­rrado tiene con res­pecto a la den­si­dad de una novela (…)

El placer de las Ficciones

Pulp Fiction

La pri­mera vez que leí el fa­moso tí­tulo de Bor­ges, tuve la im­pre­sión de que éste, ex­cén­trico, lo ha­bía ele­gido para di­fe­ren­ciar sus cuen­tos, la ma­yo­ría de ellos de corte fi­lo­só­fico, de los otros que por en­ton­ces se pu­bli­ca­ban. Esta de­duc­ción inocente gozó de buena sa­lud du­rante mu­chos años (…)

La trama celeste

Desde que los es­cri­to­res la­ti­noa­me­ri­ca­nos em­pe­za­ron a re­fle­xio­nar so­bre el ofi­cio de es­cri­bir —di­ga­mos, desde que José Ma­ría He­re­dia es­cri­biera su «En­sayo so­bre la no­vela» en 1832— casi siem­pre han op­tado por tres ca­mi­nos: el re­cuento histórico-estético, el tes­ti­mo­nio de parte, y el aná­li­sis de los as­pec­tos téc­ni­cos del acto narrativo (…)