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¿De qué hablamos cuando hablamos de la «novela tradicional»?

Novela tradicional

Si me die­ran un ki­ló­me­tro por cada vez que la ex­pre­sión «no­vela tra­di­cio­nal» —o sus de­ri­va­dos— se me ha cru­zado en el ca­mino, quizá ya ten­dría su­fi­cien­tes para cru­zar el Atlán­tico de ida y vuelta (…)

Final de juego

Final de juego

Es ex­tra­or­di­na­ria la aten­ción que han re­ci­bido las pri­me­ras pa­la­bras de las no­ve­las; y con mu­chí­sima ra­zón, ya que son el um­bral que el lec­tor puede ele­gir no cru­zar nunca. Las úl­ti­mas pa­la­bras, por el con­tra­rio, han sido casi ol­vi­da­das, a pe­sar de que si un lec­tor llega hasta ellas son el um­bral que cruza sin falta. Este ol­vido es de la­men­tar, ya que me atrevo a su­ge­rir que el fi­nal de una no­vela, si no es lo más im­por­tante, está en un se­gundo lu­gar in­cues­tio­na­ble a pe­sar de la poca prensa que recibe (…)

Para no caer del puente

Un puente indestructible

Una no­vela nos llega a ve­ces como una fruta de ul­tra­mar, en­vuelta en una pro­tec­ción, una cás­cara, y, casi siem­pre, con un se­llo. Todo lo cual de­be­mos se­pa­rar cui­da­do­sa­mente an­tes de po­der dis­fru­tar de su pulpa ju­gosa. Una de esas en­vol­tu­ras, que en la jerga de la crí­tica se llama «ele­mento pa­ra­tex­tual», es el epí­grafe, suerte de puente que nos une, y a ve­ces se­para, del texto de la novela (…)

II">Herramientas de escritor II

II">La legendaria Olivetti Lettera 32 de Cormac McCarthy

En la en­trada an­te­rior plan­tee los dos pro­ble­mas de di­seño que aque­ja­ban a to­dos los pro­ce­sa­do­res de texto hasta hace muy poco. En gran parte por­que no ha­bían sido di­se­ña­dos con las ne­ce­si­da­des del es­cri­tor en mente. Fe­liz­mente es una si­tua­ción que em­pezó a cam­biar el año 2003 (…)

La personalidad más transparente

Una escultora creando un personaje transparente

El mo­mento en que la fic­ción em­pieza a re­pre­sen­tar el mundo in­te­rior de los per­so­na­jes marca un giro de­fi­ni­tivo en el desa­rro­llo téc­nico de la fic­ción. No me re­fiero al so­li­lo­quio —pre­sente en el tea­tro desde el tiempo de los grie­gos— dis­curso pú­blico, re­gu­lado por con­ven­cio­nes que lo ale­jan del mundo in­te­rior de los per­so­na­jes. Me re­fiero más bien a la re­pre­sen­ta­ción del pro­ceso men­tal de un per­so­naje en una na­rra­ción sin que éste pierda su es­ta­tuto privado (…)

Ardiente paciencia

Esto va a pa­re­cer una exal­ta­ción pas­to­ral, ale­jada del tema del ofi­cio de es­cri­bir, pero tengo la es­pe­ranza de que quie­nes ten­gan la pa­cien­cia de lle­gar al fi­nal lo vean de otra ma­nera. Pasé gran parte del sá­bado pa­sado ca­vando ho­yos para sem­brar pa­rras. No re­cuerdo cuándo fue la úl­tima vez que tuve una ex­pe­rien­cia se­me­jante, pero dado que te­nía las he­rra­mien­tas apro­pia­das —una fla­mante pala, ti­je­ras para cor­tar raí­ces y una pala de trans­plan­tar— pensé que la ta­rea no se­ría difícil (…)

Para narrar ha nacido

En toda fic­ción hay un per­so­naje que nace listo para cum­plir su fun­ción, y muere, o por lo me­nos des­a­pa­rece, tan pronto como ha cum­plido su pro­pó­sito. Es el ser efí­mero de la fic­ción. Usual­mente se lo co­noce como el «na­rra­dor». El nom­bre se presta a ve­ces a cier­tos ma­los en­ten­di­dos, pero su pa­ren­tesco con los na­rra­do­res ora­les le otorga un pe­di­gree di­fí­cil de re­fu­tar. El na­rra­dor en fic­ción es la «in­te­li­gen­cia» que cuenta la his­to­ria. En­tre sus ca­rac­te­rís­ti­cas, la que me­nos se dis­cute es el he­cho de que esa in­te­li­gen­cia tiene una consciencia (…)