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Nunca dos Szymborskas

Wislawa Szymborska

Des­con­fío de los ho­me­na­jes, so­bre todo de aque­llos que se ha­cen a los muer­tos re­cien­tes, cuando el cuerpo no ha per­dido to­da­vía su ca­li­dez hu­mana. Pero hay ex­cep­cio­nes. Me re­sulta di­fí­cil de­jar pa­sar los días sin re­cor­dar a Wi­sława Szym­borska, sin de­cir, por lo me­nos en el ám­bito li­mi­tado de este me­dio, que para mí es como si ella to­da­vía es­tu­viera es­cri­biendo en su que­rida Cracovia (…)

¿De qué hablamos cuando hablamos de la «novela tradicional»?

Novela tradicional

Si me die­ran un ki­ló­me­tro por cada vez que la ex­pre­sión «no­vela tra­di­cio­nal» —o sus de­ri­va­dos— se me ha cru­zado en el ca­mino, quizá ya ten­dría su­fi­cien­tes para cru­zar el Atlán­tico de ida y vuelta (…)

Monstruos de latón

Frankenstein: «monstruo de aspecto»

Desde los fa­mo­sos cí­clo­pes que apa­re­cen en el li­bro nueve de la Odi­sea, hasta el inol­vi­da­ble Drá­cula de Bram Sto­ker, pa­sando por el in­mor­tal Fran­kens­tein de la no­vela epó­nima de Mary She­lley, los mons­truos han sido ob­jeto de fas­ci­na­ción en li­te­ra­tura. Es­tos mons­truos, por ser tan di­fe­ren­tes de quie­nes nos con­si­de­ra­mos «nor­ma­les», son como los ani­ma­les ra­ros de un zoo­ló­gico, que mi­ra­mos fas­ci­na­dos, in­clu­sive con cierto ho­rror, pero que al fi­nal nos dan la sa­tis­fac­ción adi­cio­nal de re­cor­dar­nos que no so­mos como ellos (…)

Recordar el futuro

Joseph Conrad

De­cir que una no­vela pu­bli­cada en 1907 ha sido una de las más ci­ta­das en los me­dios an­glo­sa­jo­nes con mo­tivo del 11 de se­tiem­bre del 2001 puede so­nar a exa­ge­ra­ción gra­tuita. Sin em­bargo, ése es el caso de El agente se­creto de Jo­seph Con­rad. Re­sulta in­quie­tante que un es­cri­tor que to­da­vía no ha­bía visto las dos gran­des gue­rras del si­glo veinte, ni sus san­grien­tas re­vo­lu­cio­nes, fuera ca­paz de an­ti­ci­parlo en una no­vela que no ha go­zado del re­co­no­ci­miento que se merece (…)

Ardiente paciencia

Esto va a pa­re­cer una exal­ta­ción pas­to­ral, ale­jada del tema del ofi­cio de es­cri­bir, pero tengo la es­pe­ranza de que quie­nes ten­gan la pa­cien­cia de lle­gar al fi­nal lo vean de otra ma­nera. Pasé gran parte del sá­bado pa­sado ca­vando ho­yos para sem­brar pa­rras. No re­cuerdo cuándo fue la úl­tima vez que tuve una ex­pe­rien­cia se­me­jante, pero dado que te­nía las he­rra­mien­tas apro­pia­das —una fla­mante pala, ti­je­ras para cor­tar raí­ces y una pala de trans­plan­tar— pensé que la ta­rea no se­ría difícil (…)

La trama celeste

Desde que los es­cri­to­res la­ti­noa­me­ri­ca­nos em­pe­za­ron a re­fle­xio­nar so­bre el ofi­cio de es­cri­bir —di­ga­mos, desde que José Ma­ría He­re­dia es­cri­biera su «En­sayo so­bre la no­vela» en 1832— casi siem­pre han op­tado por tres ca­mi­nos: el re­cuento histórico-estético, el tes­ti­mo­nio de parte, y el aná­li­sis de los as­pec­tos téc­ni­cos del acto narrativo (…)

Leyendo Amsterdam

El ser hu­mano usual­mente no puede ele­gir dos de los even­tos más im­por­tan­tes de su vida. No ele­gi­mos, por su­puesto, el na­cer. Es­capa nues­tro con­trol, pero, sin em­bargo, al ubi­car­nos en un lu­gar, un tiempo y en de­ter­mi­nado en­torno so­cial, con­di­ciona gran parte de nues­tras vi­das. Tam­poco po­de­mos ele­gir el otro evento, la muerte, a pe­sar de que es el más im­por­tante de nues­tra existencia (…)