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Decir o mostrar, he ahí el dilema

Ser o no ser...

No es raro en­con­trar con­se­jos so­bre la prác­tica de la es­cri­tura for­mu­la­dos de tal ma­nera que pa­re­cen re­glas cien­tí­fi­cas que uno de­be­ría se­guir a riesgo de des­en­ca­de­nar una reac­ción ter­mo­nu­clear en el texto. Esto puede so­nar a hi­pér­bole, pero es el caso del con­sejo tan co­mún en el mundo an­glo­sa­jón, «no de­cir, mos­trar», que ahora em­pieza a apa­re­cer tam­bién en los fla­man­tes ta­lle­res his­pa­noa­me­ri­ca­nos. No es que el con­sejo esté siem­pre mal sino que dudo que esté siem­pre bien (…)

¿De qué hablamos cuando hablamos de la «novela tradicional»?

Novela tradicional

Si me die­ran un ki­ló­me­tro por cada vez que la ex­pre­sión «no­vela tra­di­cio­nal» —o sus de­ri­va­dos— se me ha cru­zado en el ca­mino, quizá ya ten­dría su­fi­cien­tes para cru­zar el Atlán­tico de ida y vuelta (…)

Final de juego

Final de juego

Es ex­tra­or­di­na­ria la aten­ción que han re­ci­bido las pri­me­ras pa­la­bras de las no­ve­las; y con mu­chí­sima ra­zón, ya que son el um­bral que el lec­tor puede ele­gir no cru­zar nunca. Las úl­ti­mas pa­la­bras, por el con­tra­rio, han sido casi ol­vi­da­das, a pe­sar de que si un lec­tor llega hasta ellas son el um­bral que cruza sin falta. Este ol­vido es de la­men­tar, ya que me atrevo a su­ge­rir que el fi­nal de una no­vela, si no es lo más im­por­tante, está en un se­gundo lu­gar in­cues­tio­na­ble a pe­sar de la poca prensa que recibe (…)

La subversiva Sra. Highsmith

Patricia Highsmith, joven y desinhibida

Uno de los mi­tos he­re­da­dos del ro­man­ti­cismo es la idea de que al­gu­nos gran­des ar­tis­tas no son re­co­no­ci­dos en su tiempo. Vin­cent Van Gogh pa­rece ser una prueba irre­fu­ta­ble de que esto es ver­dad. Sin em­bargo, me pre­gunto cuán­tos gran­des ar­tis­tas per­ma­ne­ce­rán para siem­pre des­co­no­ci­dos. Me atrevo a ha­cerme esa pre­gunta por­que no basta con que un ar­tista tenga ta­lento; tam­bién es ne­ce­sa­rio que el cir­cuito co­mer­cial, el crí­tico, o am­bos, lo rescaten (…)

Herramientas de escritor I

Escribiendo a la antigua

Po­dría pa­re­cer que con la apa­ri­ción de la compu­tadora per­so­nal los es­cri­to­res de­bie­ron ver so­lu­cio­nado dos de sus gran­des pro­ble­mas. La nueva tec­no­lo­gía nos sólo pro­me­tía si­len­ciar de una vez por to­das la rui­dosa má­quina de es­cri­bir sino tam­bién eli­mi­nar la te­diosa ta­rea de re­ti­pear un ma­nus­crito des­pués de una ronda de co­rrec­cio­nes. La­men­ta­ble­mente, hasta hace poco, las he­rra­mien­tas de es­cri­tor eran, por lo me­nos, insuficientes (…)

II)">Ahí está el detalle (II)

II)">La maleta era grande y pesada

En la en­trega an­te­rior, de­ja­mos en sus­penso la pre­gunta: si un es­cri­tor sólo puede usar unos po­cos de­ta­lles, ¿con qué cri­te­rio se­lec­ciona los de­ta­lles no esen­cia­les? No basta, por su­puesto, con de­cir que los de­ta­lles se eli­gen con la in­ten­ción de pro­du­cir el efecto de reali­dad del que ha­bla Bart­hes, ya que esto no se­ñala cómo se lleva a cabo di­cha se­lec­ción. Bart­hes de­cía que un de­ta­lle no esen­cial cum­ple dos fun­cio­nes: la de re­pre­sen­tarse a sí mismo, y la de re­pre­sen­tar la reali­dad (la «ilu­sión re­fe­ren­cial»). Me atrevo a su­ge­rir que ade­más de esas dos fun­cio­nes hay otras tres que tra­taré a continuación (…)

La máquina perpetua

Movimiento perpetuo

Cuando se lee una buena no­vela, hay un mo­mento en que se tiene la im­pre­sión bas­tante clara de que la na­rra­ción se ha echado a an­dar. La se­ñal más fre­cuente es que lo­gra­mos su­mer­gir­nos en el mundo al­ter­na­tivo de la fic­ción, ol­vi­dán­do­nos a ve­ces du­rante ho­ras de lo ocu­rre a nues­tro al­re­de­dor. To­dos he­mos ex­pe­ri­men­tado de vez en cuando la ca­pa­ci­dad que tiene una na­rra­ción para, como dice Var­gas Llosa, ba­jar nues­tras de­fen­sas crí­ti­cas y su­mer­gir­nos en el mundo de la fic­ción. ¿Cómo lo logran? (…)