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Final de juego

Final de juego

Es ex­tra­or­di­na­ria la aten­ción que han re­ci­bido las pri­me­ras pa­la­bras de las no­ve­las; y con mu­chí­sima ra­zón, ya que son el um­bral que el lec­tor puede ele­gir no cru­zar nunca. Las úl­ti­mas pa­la­bras, por el con­tra­rio, han sido casi ol­vi­da­das, a pe­sar de que si un lec­tor llega hasta ellas son el um­bral que cruza sin falta. Este ol­vido es de la­men­tar, ya que me atrevo a su­ge­rir que el fi­nal de una no­vela, si no es lo más im­por­tante, está en un se­gundo lu­gar in­cues­tio­na­ble a pe­sar de la poca prensa que recibe (…)

Para no caer del puente

Un puente indestructible

Una no­vela nos llega a ve­ces como una fruta de ul­tra­mar, en­vuelta en una pro­tec­ción, una cás­cara, y, casi siem­pre, con un se­llo. Todo lo cual de­be­mos se­pa­rar cui­da­do­sa­mente an­tes de po­der dis­fru­tar de su pulpa ju­gosa. Una de esas en­vol­tu­ras, que en la jerga de la crí­tica se llama «ele­mento pa­ra­tex­tual», es el epí­grafe, suerte de puente que nos une, y a ve­ces se­para, del texto de la novela (…)

La levedad de Seda

La «orientalización» de Seda

Usual­mente se acepta que una no­vela es una na­rra­ción larga so­bre even­tos fic­ti­cios. El nú­mero de pa­la­bras que la de­fi­nen —la ex­ten­sión— si­gue en disputa desde el mo­mento mismo de su apa­ri­ción. En la tra­di­ción an­glo­sa­jona la marca de las cin­cuenta mil pa­la­bras dis­tin­gue la no­vela de la no­vela corta, la cual a su vez está se­pa­rada del cuento por la marca de las veinte mil pa­la­bras. Lo que es­tos lí­mi­tes ar­bi­tra­rios tra­tan de ar­ti­cu­lar es la di­fe­ren­cia que existe en­tre la ex­pe­rien­cia de leer un cuento en com­pa­ra­ción con una no­vela. El pri­mero usual­mente se lee de un ti­rón, por lo cual debe te­ner un efecto con­tun­dente («knock-out» le lla­maba Cor­tá­zar). La no­vela, por el con­tra­rio, se lee en más de una se­sión, y, en al­gu­nos ca­sos, a lo largo de va­rias se­ma­nas o me­ses (como ocu­rre con Anna Karenina) (…)

Hacer del hambre un arte

«Multidimensional Art» de Lilo Kinne

Cuando se men­ciona a Kafka, la ma­yo­ría tiende a re­cor­dar de in­me­diato «La me­ta­mor­fo­sis» («Die Ver­wand­lung»), que al pa­re­cer es su cuento más co­no­cido, aun­que quizá no sea ne­ce­sa­ria­mente el me­jor. voy a ir a con­tra co­rriente para su­ge­rir que quizá el me­jor cuento de Kafka no sea «La me­ta­mor­fo­sis» sino «El ar­tista del ham­bre» («Ein Hun­ger­künstler») pu­bli­cado cinco años des­pués, en 1924 (…)

Para narrar ha nacido

En toda fic­ción hay un per­so­naje que nace listo para cum­plir su fun­ción, y muere, o por lo me­nos des­a­pa­rece, tan pronto como ha cum­plido su pro­pó­sito. Es el ser efí­mero de la fic­ción. Usual­mente se lo co­noce como el «na­rra­dor». El nom­bre se presta a ve­ces a cier­tos ma­los en­ten­di­dos, pero su pa­ren­tesco con los na­rra­do­res ora­les le otorga un pe­di­gree di­fí­cil de re­fu­tar. El na­rra­dor en fic­ción es la «in­te­li­gen­cia» que cuenta la his­to­ria. En­tre sus ca­rac­te­rís­ti­cas, la que me­nos se dis­cute es el he­cho de que esa in­te­li­gen­cia tiene una consciencia (…)