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La máquina perpetua

Movimiento perpetuo

Cuando se lee una buena no­vela, hay un mo­mento en que se tiene la im­pre­sión bas­tante clara de que la na­rra­ción se ha echado a an­dar. La se­ñal más fre­cuente es que lo­gra­mos su­mer­gir­nos en el mundo al­ter­na­tivo de la fic­ción, ol­vi­dán­do­nos a ve­ces du­rante ho­ras de lo ocu­rre a nues­tro al­re­de­dor. To­dos he­mos ex­pe­ri­men­tado de vez en cuando la ca­pa­ci­dad que tiene una na­rra­ción para, como dice Var­gas Llosa, ba­jar nues­tras de­fen­sas crí­ti­cas y su­mer­gir­nos en el mundo de la fic­ción. ¿Cómo lo logran? (…)

Hijos de Babel

El origen de la traducción

A me­nos que uno sea po­lí­glota re­sulta im­po­si­ble no te­ner que leer tra­duc­cio­nes. Muy po­cos tie­nen el tiempo, o la in­cli­na­ción, de de­di­car dos años al es­tu­dio del ruso para leer con cierta flui­dez a Tols­toy o Dos­toievsky. Esta re­la­ción de de­pen­den­cia ha­cia los tra­duc­to­res ha he­cho que és­tos sean ob­jeto de di­ver­sas acu­sa­cio­nes. Su­giero, por un lado, que se­ría bueno que de una vez por to­das la in­dus­tria edi­to­rial le diera al tra­duc­tor el lu­gar que se me­rece, en tér­mi­nos de re­co­no­ci­miento y re­mu­ne­ra­ción. Pero tam­bién me atrevo a su­ge­rir que mu­chas de nues­tras crí­ti­cas par­ten de una vi­sión un tanto par­cial de lo que sig­ni­fica la tra­duc­ción literaria (…)

La levedad de Seda

La «orientalización» de Seda

Usual­mente se acepta que una no­vela es una na­rra­ción larga so­bre even­tos fic­ti­cios. El nú­mero de pa­la­bras que la de­fi­nen —la ex­ten­sión— si­gue en disputa desde el mo­mento mismo de su apa­ri­ción. En la tra­di­ción an­glo­sa­jona la marca de las cin­cuenta mil pa­la­bras dis­tin­gue la no­vela de la no­vela corta, la cual a su vez está se­pa­rada del cuento por la marca de las veinte mil pa­la­bras. Lo que es­tos lí­mi­tes ar­bi­tra­rios tra­tan de ar­ti­cu­lar es la di­fe­ren­cia que existe en­tre la ex­pe­rien­cia de leer un cuento en com­pa­ra­ción con una no­vela. El pri­mero usual­mente se lee de un ti­rón, por lo cual debe te­ner un efecto con­tun­dente («knock-out» le lla­maba Cor­tá­zar). La no­vela, por el con­tra­rio, se lee en más de una se­sión, y, en al­gu­nos ca­sos, a lo largo de va­rias se­ma­nas o me­ses (como ocu­rre con Anna Karenina) (…)