Leyendo Don Quijote
Debo a la conjunción de un espejo y un viejo taller de sastre el descubrimiento de Don Quijote. No el de Pierre Menard, sino, felizmente, el escrito por Miguel de Cervantes. Entonces yo todavía no sabía leer, y gracias a que en el pueblo no había televisión, una de mis formas favoritas de entretenimiento era escuchar leer a mi abuelo. Él había sido sastre cuando joven, y en su vejez, cuando su cargo de juez de primera instancia le dejaba tiempo, se había convertido en un formidable lector. Sentado en una banca de madera, un codo apoyado en la mesa de sastre, me leía con su voz grave, en los tonos del castellano antiguo que por entonces todavía se hablaba en Cajamarca. Desde mi silla, junto a su máquina de escribir, yo podía ver reflejadas en el espejo las páginas del libro. Me parecía increíble que de esas líneas negras salieran aquellas aventuras extraordinarias.
Mi abuelo murió sin terminar de leerme Don Quijote. Poco después nos mudamos a Lima, la gran ciudad que parecía abalanzarse sobre nosotros cada vez que salíamos a la calle. Quizá para aplacar el trauma de la inmigración mi hermano mayor me regaló una bonita edición de Don Quijote. Empastada en cuero, compuesto en tipografía antigua, y con una cinta verde para marcar la página, es el único libro — es más, el único objeto— que conservo desde mi infancia. En secundaria lo leí otra vez. Era una lectura de comprobación con la que quería defenderme de la visión popular, simplista y poco interesante del libro que yo había conocido lleno de laberintos, misterios e historias dentro de historias. En efecto, el Don Quijote que circula en el imaginario colectivo —reducido a dos o tres escenas memorables pero insuficientes— muy bien lo podría haber escrito un mal alumno de Pierre Menard, porque elimina todo lo que para mí hace de Don Quijote una suerte de Biblia literaria.
No me refiero a sus aforismos, ni a los discursos del Caballero Andante, sino más bien a la estructura narrativa. Gracias a que sobre sus hombros no pesaba una larga tradición novelística, Cervantes se sintió completamente libre de experimentar con una forma que, en buena cuenta, iba inventando según convenía. Los efectos que ahora se asocian a la literatura postmoderna —el escritor en el texto, la narración que se pliega sobre sí misma, la intrusión de los personajes de ficción en la realidad de la ficción, para nombrar unos pocos— ya están en la obra de Cervantes. Me atrevería a decir que son contadas las innovaciones narrativas que no se pueden hallar en las páginas de Cervantes. Esto, más que una maldición, resulta un alivio para un novelista.
Don Quijote me ha asistido muchas veces en este largo, difícil, pero siempre fascinante proyecto de ser escritor. Cuando escribía Un beso de invierno, por ejemplo, se me presentó el problema de la narración embebida. La narración principal de la novela, en primera persona, contenía otra narración, y ésta, a su vez, contenía otra en primera persona, y así sucesivamente, como las cajas chinas a las que alude Vargas Llosa. Busqué soluciones entre escritores contemporáneos sin hallar una que me pareciera adaptable a mis fines. Un día, mientras revisaba libros en la biblioteca de la universidad, me topé con una edición facsimilar del quijote de 1605. Cual no sería mi sorpresa cuando noté que entonces los diálogos no se separaban de la narración con un guión largo, en párrafo aparte, como se estila ahora. Se componían embebidos dentro de la narración, y sin comillas que los diferenciaran. Sin embargo, uno se acostumbra pronto a dicha convención, y después de unas páginas ni siquiera la nota. La solución me pareció perfecta.
No sé cuántas veces más leeré Don Quijote. Espero que sean muchas. De lo que sí estoy seguro es que cada vez que lo lea, me divertirá de una manera diferente, me enseñará más sobre el oficio de escribir y, sobre todo, me ayudará a entender un poquito más la hermosa maldición de ser en el tiempo.
Un comentario en “Leyendo Don Quijote”
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Fascinante. Me topé en la WEB con tu blog…por esas casualidades digitales de la vida.… gracias por compartir tus «secretos» de escritor. Seguí adelante con ese manejo tan delicioso de las imagenes… desde la tierra de los mayas, Guatemala, un abrazo por la RED.