La palabra feroz de Philip Roth
La convención del escritor como testigo de la historia que narra es quizá tan antigua como la literatura misma. En épocas recientes se la ha asociado con la práctica del periodismo, la historia, la autobiografía, y, naturalmente, el testimonio. La presencia del autor dentro de la narración podría entenderse como una rebelión contra la convención, también artificial, del autor omnisciente: la presencia invisible que nos cuenta la mayoría de novelas. También podría decirse que es un síntoma de que la tensión entre realidad y ficción sigue, felizmente, todavía sin resolver.
En las letras norteamericanas quizá el autor que ha cultivado con más ardor esa forma narrativa sea Philiph Roth. Desde la aparición de The Ghost Writer (1979), hasta la más reciente Exit Ghost (2007), Roth crea una larga saga de novelas contadas por Nathan Zuckerman, un escritor que comparte casi todos sus rasgos biográficos, y que, a veces como protagonista, y otras como testigo, es quien nos cuenta sus novelas. En nuestra tradición Latinoamericana no resulta difícil citar a Roberto Bolaño, cuyo Arturo Belano es un alter ego que lo suplanta en sus novelas, sirviéndole, como a otros autores, de máscara y avío literario. Esta forma narrativa que enfatiza la presencia del autor, también sirve para hilvanar el cuerpo narrativo de The Human Stain (2000), publicada como La mancha humana (Alfaguara, 2006), a medio camino de la saga Zuckerman.
Reducir cualquier novela a un tema es no entenderla. Cosa que resulta bastante aparente en el caso de The Human Stain, que no sólo sigue el desarrollo de la doble moral norteamericana, y su tendencia a la mojigatería pública, sino también las tensiones raciales, las diversas formas de fanatismo, y el desfase entre la estatura intelectual y la postura ética. Sin embargo, como en la mayoría de novelas, The Human Stain tiene un hilo narrativo central. Éste sigue la historia de Coleman Silk, un profesor universitario de literatura clásica, que después de ganarse algunos enemigos como decano de su facultad, vuelve a las aulas universitarias, donde comete un minúsculo error que le cuesta la carrera, y, según su visión del mundo, la vida de su esposa.
El hecho ocurre cuando Coleman está a punto de llegar al aula:
En la clase había catorce estudiantes. Coleman había llamado lista al principio de cada clase para aprenderse sus nombres. Como para la quinta semana del semestre había dos que no habían respondido, Coleman, en la sexta semana, empezó la clase preguntando: «¿Conoce alguien a estas personas? ¿Existen o son spooks?»
Más tarde lo sorprendió que su sucesor, el nuevo decano de la facultad, lo llamara a su oficina para discutir la acusación de racismo que habían hecho los dos estudiantes ausentes, que eran negros, y que, aunque no estuvieron en clase, se habían enterado del término con el que los había calificado cuando se preguntaba por su ausencia.
El término «spook», motivo de la controversia, y uno de los ejes sobre los que gira la novela, es intraducible. Es uno de los casos en los que, como señalé en «Hijos de Babel», el traductor tiene la obligación de acercarnos a la cultura original. Es una lástima que en este caso se haya usado la expresión «negro humo». Coleman, tan cuidadoso con el lenguaje, lo habría evitado; por un lado porque suena forzado, pero también porque tiene una evidente connotación racista. Es justamente el hecho de que Coleman usara spook, un término que se presta al sutil juego de mal entendidos que le da poder persuasivo a la novela.
De origen holandés, el término significa fantasma, aparición. De ahí el adjetivo spooky para algo que produce el efecto semejante al de la aparición de un fantasma. Se popularizó durante la época de la segregación racial en los Estados Unidos para llamar despectivamente a las personas de origen africano. Lo que Coleman plantea no es que hayan desaparecido, que se hayan «hecho humo», como implica la traducción, sino que quizá estén allí en un plano metafísico, en espíritu, por así decirlo. En su connotación racista, al llamarlos «spooks» se estaría sugiriendo que aunque estén allí, son una presencia fantasmal, incorpórea, privada de todos los privilegios que una persona blanca debería tener.
Por supuesto, Coleman explica que, según el contexto en el que usó el término, y debido a que no había visto nunca a los estudiantes, era obvio que su intención no había sido racista, sino que habría aludido al primer significado del término: fantasma (ghost). Pero el decano, cobardemente, prefiere no aclarar públicamente el asunto. Como Coleman se ha ganado algunos enemigos, inclusive entre los profesores que él mismo ha contratado, no encuentra a nadie que quiera aclarar la falsa acusación de racismo que pesa sobre él. La situación no sólo revela que las limitaciones éticas no tienen nada que ver con el desarrollo intelectual, ni con las ideas políticas, sino también esconde una doble capa de ironía que Roth explota a lo largo de la novela.
Resulta que Coleman, después de ganar una beca sirviendo en la US Navy, se convierte en uno de los primeros profesores judíos en el sistema universitario norteamericano. Sorprende que un miembro de una minoría perseguida por mucho tiempo haga un comentario racista sobre el miembro de otra minoría, pero, lamentablemente, no es inusual, y ésta es la posición de la universidad. Roth no deja que las cosas se queden allí. La doble ironía, uno se llega a enterar después, resulta del hecho de que Coleman tampoco es de origen judío, como había declarado desde que se enroló en la marina, sino que desciende de diversos grupos étnicos entre los que se cuentan nativos americanos, suecos, holandeses e ingleses, todos ellos entroncados en una familia de origen africano. De modo que cuando niño Coleman crece en medio de una familia negra aunque la blancura de su piel sugiera otro orígen.
La novela tiene que hilar muy fino para no perder nuestra confianza, y Roth lo logra, a pesar de que, como veremos, hilar fino no es lo que hace mejor. En los Estados Unidos de los años 40 bastaba una lejano pariente de origen negro para que una persona fuera considerada negra (en términos legales seguía siendo el caso durante los años de la ley de Affirmative Action). Coleman, atrapado en ese momento histórico, decide como otros miembros del clan antes que él abandonar a su familia para inventarse otra identidad. Su entrenador de boxeo le da la clave de cómo lograrlo. Cuando Coleman le pregunta qué van a pensar sobre su origen cuando lo vean boxear, el entrenador le dice que la gente lo verá como lo que parece: «un chico judío». Cormac McCarthy diría que el deseo de Coleman está condenado al fracaso. En la novela, por lo menos, no es tanto un fracaso como una amarga victoria. Coleman consigue que todos, inclusive su esposa y sus hijos, lo tomen por el chico judío que siempre quiso ser; todos, claro está, menos él mismo, ya que pasa el resto de su vida atormentado por su secreto.
El otro gran tema de la novela es la relación otoño-primavera entre Coleman, ya viudo, setentón y todavía en buena forma, y una mujer «blanca» que tiene «la mitad de [su] edad», como le recuerda una ex colega en una carta anónima. Faunia Farley, que así se llama la mujer blanca, también tiene un secreto, que dejo pendiente por si no han leído la novela todavía. Esta relación entre un hombre mayor y una mujer joven es un tropo de larga data —don Quijote también está prendado de una Aldonza Lorenzo que tiene menos de la mitad de su edad— y Roth vuelve a explorarlo en The Dying Animal (2001). Pero si este tema no es tan novedoso, ni poderoso como el primero, adquiere fuerza narrativa gracias al recurso narrativo que Roth maneja mejor.
Podríamos llamarlo «la palabra feroz». Se trata de pasajes en los que bien Zuckerman en su propia voz, o focalizado en uno de los personajes, es capaz de mezclar narración y ensayo, mordaz crítica política y recuento histórico, digresión y precisión descriptiva con una prosa cuyo vigor sostiene el impulso narrativo, aunque, en términos convencionales estos pasajes no sean estrictamente necesarios. Me atrevería a sugerir que esta subversión exitosa del «principio de economía» de la novela es uno de los factores que han convertido a Roth en uno de los escritores norteamericanos mejor vistos y más premiados. Noten en el pasaje siguiente, por ejemplo, como Zuckerman hilvana muchos niveles discursivos sin que se pierda la intensidad ni el foco.
Coleman ha llevado a Zuckerman a la granja cercana donde, además de su empleo en la universidad, Faunia también trabaja ordeñando vacas.
Había sólo once vacas, Jerseys de pura raza, y cada una tenía un nombre a la antigua en lugar de un número en la oreja. Como su leche no se mezclaba con la de un inmenso rebaño al que se le inyectan químicos de toda índole, y porque, sin los compromisos de la pasteurización ni la destrucción que produce la homogenización, la leche adquiría un leve color, inclusive algo del sabor de lo que estuvieran comiendo en la estación —comida que había sido cultivada sin pesticidas, herbicidas ni fertilizantes químicos— y porque su leche era mucho más nutritiva que las leches mezcladas, ésta era apreciada por quienes quieren mantener una dieta familiar a base de productos naturales en lugar de los industriales. La granja tenía una fuerte clientela, particularmente entre quienes vivían cerca, entre los jubilados, así como entre las nuevas familias que habían huido de la polución, la frustración y las humillaciones de las grandes ciudades. En el periódico local aparecía con frecuencia una carta a los editores escrita por un recién llegado que había encontrado una nueva vida en esa zona rural, y que mencionaba en tono reverente la leche Organic Livestock, no sólo como una bebida deliciosa, sino también como el epítome de la frescura y la dulzura campestre que le hacen tanta falta a un espíritu idealista citadino.
Es sólo una fracción de uno de los muchos pasajes vigorosos que se sostienen gracias a la intensidad del discurso, pero no al servicio de un ideal estético, ni como acápites editoriales al servicio del autor ausente, sino porque es un discurso siempre focalizado en un personaje, inclusive cuando se trata del narrador, de modo que no son verdades transcendentales, sino que reflejan la verdad local con la que cada uno de los personajes —entre los que aparece un ex veterano de Vietnam acosando a un ex veterano de la Segunda Guerra Mundial— ve el mundo. La estructura no lineal de la novela, así como la variación que ofrecen las focalizacioines, le permite a Roth aprovechar tan bien este recurso sin que las costuras afeen el resultado final. Esto compensa, en gran medida, la falta de desarrollo que algunos personajes, sobre todo los femeninos, tienen en la pluma de Roth. Pero no es una compensación pequeña, ni mucho menos.
Como señalé al principio, el hecho de que el narrador de la novela sea un escritor, un alter ego de Philip Roth nos hace pensar por supuesto en la relación que existe entre ficción y realidad. En el caso de Roth haría falta señalar que, además de eso, su palabra feroz resulta mucho más verosímil porque el escritor es también un personaje de la narración. Ese descenso es sin duda estratégico pero acepta los riesgos de la falibilidad humana. Una voz de autoridad, única, resultaría no sólo monótona, sino, al final, terminaría perdiendo su poder de persuasión (basta hojear algunas novelas del siglo diecinueve para ver a qué me refiero). Los pasajes como el citado líneas arriba, no resultarían persuasivos si no estuvieran teñidos por las diversas conciencias de los personajes de la novela. No sería una exageración decir que es un ejemplo de lo que Bakhtin planteó en su formidable estudio sobre la poética de Dostoievsky. Bakhtin afirmaba, con razón, que uno de los roles de la novela es capturar la naturaleza dialogica de la experiencia humana: la forma en que cada uno de nosotros expresa una propia visión del mundo, una visión que se entrecruza con las de los demás, no siempre en armonía, pero siempre de manera fructífera. Es lo que marca la estatura de Philip Roth, y por lo que les recomiendo leer The Human Stain (La mancha humana).
Un comentario en “La palabra feroz de Philip Roth”
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«Spook» podría ser traducido tal vez como «espectro», y, como bien dices, es clave para entender el problema del profesor Silk. Un paaje que me llamó la atención es aquel en el que Silk es reconocido como «nigger» por un vendedor en una tienda y él se siente rechazado, discriminado, aún siendo, en apariencia blanco de piel. Nos hace ver que la discriminación en esa sociedad no es solo por el color de piel sino que va más allá, a la descendencia, una «mancha» que se lleva siempre.