La suerte tatuada en la piel
Hace más de cien años que se está enterrando la novela, como género, como forma, como arte. Hay quienes dicen que la gente ya no lee, como si hubiera habido una época dorada en la que todos eran asiduos lectores. Hay quienes dicen que ya no se publica literatura, con mayúscula, como si hubiera habido una época en la que cada novela publicada hubiera tenido la calidad de un Quijote. Felizmente, la novela sigue dando poderosas señales de buena salud.
Tomemos el caso de J.K. Rowling cuyos volúmenes cada vez más gruesos desmintieron a quienes decían que los chicos ya no leen porque los videojuegos les han arruinado la capacidad de concentración. El caso más reciente es la trilogía de Stieg Larsson que desmiente a quienes decían que dada nuestra época de escepticismo rayano con el cinismo la novela de denuncia social ya no le interesa a nadie. De sus tres novelas, la primera, Los hombres que no amaban a las mujeres, ya ha vendido cerca de cuarenta millones de ejemplares.
La novela de Larsson ha sido calificada de thriller pero no encaja limpiamente en la categoría. En el clásico thriller el protagonista va sorteando situaciones cada una más peligrosa que la anterior hasta llegar al clímax en el que se juega la vida. La novela del Larsson, por el contrario, empieza como una elegante novela de misterio. Mikael Blomkvist es un periodista que acaba de perder un juicio contra un industrial al que ha denunciado en la revista Millenium usando información aparentemente falsa. Un viejo empresario, Henrik Vanger, le propone alejarse de la vida pública por un año para investigar la desaparición de su sobrina, Harriet Vanger, ocurrida durante los años sesenta. Recién cerca de la mitad nos damos cuenta de que la vida de Mikael está en peligro. Es entonces cuando la novela adquiere un ritmo de thriller. También cuando aparece de manera mucho más nítida Lisbeth Salander, la otra protagonista de la novela, quizá uno de los personajes más memorables de la literatura contemporánea.
No es mi intención argumentar a qué categoría pertenece la novela de Larsson, una empresa que me parece inútil, sino el sugerir el carácter complejo de una obra que tiene no sólo de thriller, sino también de novela negra, por su preocupación con la violencia contra la mujer y la impunidad de los criminales de cuello blanco. Esto sin olvidar, como Larsson mismo señala en algunas entrevistas, que sus influencias vienen de las novelas policiales anglosajonas, en particular de Carol O’Connell, cuya novela Mallory’s Oracle presenta a Kathleen Mallory, una sociópata, alta, rubia, que tiene un formidable dominio de las computadoras. Larsson también menciona a Astrid Lindgren, cuyo personaje Pippi Calzaslargas, rebelde y anticonvencional, le sirvió de inspiración para crear algunos rasgos de Lisbeth Salander.
No obstante la vigencia de los temas que trata, Los hombres que no amaban a las mujeres está construía según una estructura clásica, lineal, que recurre a técnicas narrativas tradicionales. La construcción de Lisbeth, por ejemplo, recurre a la descripción exterior (que Kundera dice evitar siempre) e incluye la representación del mundo interior (que ni siquiera Kundera puede evitar). Veamos un ejemplo de lo primero.
Simplemente había nacido delgada, con una delicada estructura ósea que le daba un aspecto de niña esbelta de manos finas, tobillos delgados y unos pechos que apenas se adivinaban bajo su ropa. Tenía veinticuatro años, pero aparentaba catorce.
Veamos un ejemplo de lo segundo:
Lisbeth contempló la foto de la contracubierta: Mikael Blomkvist retratado de perfil. El flequillo rubio le caía de manera algo descuidada sobre la frente. Miraba a la cámara con una sonrisa irónica. «Un hombre bastante guapo, rumbo a tres meses de cárcel.»
De la misma manera, las descripciones de los lugares y las acciones tienen casi la parsimonia de una novela del siglo diecinueve. Sin embargo, las 665 páginas de la versión en español se leen sin que resulten tediosas, ni aburridas, aunque con algunos baches a los que me referiré después. Quizá Larsson no haya leído a John Garnder, pero parece abrazar su idea de que la ficción debe ser una suerte de sueño compartido, cuyo éxito depende de la creación de un mundo autónomo, independiente de la realidad (como también sugiere Vargas Llosa).
Debido a que Larsson trabajó como periodista por muchos años escribiendo artículos que reflejaban sus convicciones políticas contestatarias, no resulta raro que también sus novelas aborden los temas que lo preocupaban, entre ellos, quizá los dos más importantes sean la violencia contra la mujer y los excesos del capitalismo. Sobre el primer tema, no sólo tenemos lo que se narra en la novela misma, sino también los epígrafes que preceden cada sección. Por ejemplo, la segunda empieza con una escalofriante estadística: «En Suecia el cuarenta y seis por ciento de las mujeres han sufrido violencia por parte de algún hombre.»
El comentario sobre los excesos del capitalismo aparece en la novela encarnado en Hans-Erik Wennerström, el empresario corrupto, que usa su influencia política para comerciar con todo lo que resulte comodificable, desde drogas hasta armas, pasando por seres humanos. Esta preocupación, sin duda, tiene que ver con la burbuja financiera que produjo en Suecia la crisis económica de los años 1990, cuando los intereses llegaron a subir, brevemente, hasta alcanzar 500%. Sin embargo, a pesar de que Suecia se recuperó, y se convirtió en miembro de la Unión Europea en 1995, al parecer todavía hay signos de corrupción que Larsson sugiere de una manera no tan ambigua.
No quiero dar la impresión de que la novela es una larga denuncia social. Por el contrario, hay una gran preocupación por el ritmo, por el uso eficaz de técnicas narrativas, por la administración del suspenso. No se puede decir lo mismo sobre el estilo. Larsson parece comentarlo: «El contenido pecaba de cierta desigualdad desde un punto de vista estilístico, y en algunas partes el lenguaje resultaba pésimo —no había tenido tiempo para cuidar el estilo — , pero Mikael había disfrutado de lo lindo con su venganza; todo el libro estaba impregnado de una rabia que no le pasaba desapercibida a ningún lector.» Cosa que se podría decir de la novela misma, aunque quizá el término más adecuado no sea «rabia» sino más bien «fuerza narrativa».
Digo que parece que la cita se aplicara a la novela de Larsson porque, como muchos otros millones, he leído la novela en traducción. El título original es: Män som hatar kvinnor. Inclusive quien no sabe sueco, pero tiene algunos rudimentos de inglés, nota que el verbo hatar parece venir del común germánico hatian que en inglés resulta to hate : «odiar, detestar». Por otro lado, una rápida mirada a una gramática sueca nos informa que el presente generalmente termina en «r». De modo que la traducción literal del título debería ser: Los hombres que odian a las mujeres. Que nos hace pensar en el odio como algo todavía presente. El título en español, Los hombres que no amaban a las mujeres parece un calco del francés, Les hommes qui n’aimaient pas les femmes. Uno se pregunta qué se gana con la ironía, y con el paso al imperfecto, como si la acción ya hubiera terminado. El título en inglés, The Girl With the Dragon Tattoo, que ignora el original, parece hacer referencia a Lisbeth Salander, el personaje más logrado de la novela.
Lamentablemente la traducción al español conspira contra las buenas intenciones de sus lectores. No se trata solamente de algunas incorrecciones narrativas, evidentes aunque uno no hable sueco, sino también de crasos errores conceptuales que escaparon el lápiz rojo del corrector. Veamos un ejemplo tomado al azar:
La última vez que tuvo algo que ver con la policía fue una tarde del mes de mayo del año anterior, cuando pasaba por Götgatan camino a Milton Security y, de buenas a primeras, se encontró de frente con un policía de los antidisturbios provisto de casco con visera, quien, sin la menor provocación por parte de Lisbeth, le propinó un porrazo en el hombro. Su impulso espontáneo fue contraatacar violentamente con la botella de Coca-Cola que, por casualidad, llevaba en la mano. Por suerte, el policía dio media vuelta y se alejó corriendo antes de que a ella le diera tiempo de actuar. Hasta algo después no se enteró de que el movimiento Reclaim the Street había celebrado una manifestación en esa misma calle, un poco más arriba.
La idea de visitar el cuartel general de esos brutos enmascarados para denunciar a Nils Bjurman por agresión sexual no se le pasó por la cabeza.
Es una cita un poco larga, pero representativa de la pobreza de la traducción. Por un lado está el uso de las frases incidentales, tales como «de buenas a primeras» o «por casualidad», que quizá tienen la intención de aligerar la lectura pero cuyo efecto es precisamente el opuesto: interrumpen el ritmo con información que en ambos casos es innecesaria. También tenemos en el segundo párrafo el uso de «brutos enmascarados» para referirse a la policía, cuando toma un par de minutos enterarse de que los policías suecos antidisturbios sólo usan cascos con visera (las fuerzas especiales usan protección que les cubre parte de la cara, pero que tampoco se podría considerar máscara ya que no cubre la nariz ni los ojos).
Pero la falta más grave es la oración: «El policía dio media vuelta y se alejó corriendo antes de que a ella le diera tiempo de actuar.» Todo el párrafo está focalizado en el punto de vista de Lisbeth. Esta oración parece mudar el punto de vista al policía. Lo correcto habría sido escribir: «El policía dio media vuelta y se alejó corriendo antes de que ella tuviera tiempo de actuar.» Por supuesto, como no he leído el original, resulta difícil saber si esta «desigualdad desde un punto de vista estilístico» es culpa de Larsson o del traductor.
Sin poder zanjar del todo la cuestión, he revisado la traducción al inglés y al francés. El traductor al inglés no está contento con su traducción ya que se publicó antes que tuviera tiempo de pulirla. Sin embargo, aunque no es óptima, resulta mucho más tersa que la traducción al español, evitando las gruesas incorrecciones que he señalado líneas arriba:
The last dealing she had had with the police was in May of the previous year when she was walking past Götgatan on her way to Milton Security. She suddenly found herself facing a visor-clad riot police officer. Without the slightest provocation on her part, he had struck her on the shoulders with his baton. Her spontaneous reaction was to launch a fierce counterattack, using a Coca-Cola bottle that she had in her hand. The officer turned on his heel and ran off before she could injure him. Only later did she find out that “Reclaim the Streets” was holding a demonstration farther down the road.
Visiting the offices of those visor-clad brutes to file a report against Nils Bjurman for sexual assault did not even cross her mind.
Lo mismo ocurre con la traducción al francés, que no incluyo por razones de espacio, pero donde se ve una solución satisfactoria a los problemas señalados. No es mi intención, por supuesto, sugerir que las traducciones al inglés o al francés siempre sean mejores, pero tengo la impresión de que, de un tiempo a esta parte, la traducción al español está en caída. Dado el presupuesto que debe haber manejado la edición de esta novela, no hay disculpa alguna que justifique una traducción tan floja.
Pero volvamos a la novela de Larsson, quien ha demostrado que todavía es posible, o quizá siempre será posible, tomar un género popular y usarlo como vehículo para comentar sobre algunos problemas sociales. Lo hizo en América Latina la novela negra cuando usó la estructura de la novela policíaca para señalar la complejidad de los problemas sociales de su época. Es también el caso de Los hombres que no amaban a las mujeres que, a pesar de la desigualdad estilística, tiene una fuerza narrativa avasalladora, a la que le debe gran parte de su éxito. Me atrevo a sugerir que millones de sus lectores también están interesados en una de las cosas que la novela sabe hacer tan bien: poner el dedo en la llaga. Cosa que le da vigencia permanente, y que en el caso de la novela de Larsson comprobarán cuando la lean, si no lo han hecho todavía.
Un comentario en “La suerte tatuada en la piel”
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Estimado Jose,
Porsupuesto que la novela no esta enterrada, y es mas, artistas como tu, le van a dar larga vida a esta bella expresion artistica.
Y podemos comprobarlo viendo los miles de titulos disponibles para los Ipad or Kindle, que ahoran seran otro vehiculo mas para disfrutar la palabra escrita.