En la puerta del horno
De un tiempo a esta parte se han popularizado los talleres literarios en el mundo hispanoamericano, cosa que me alegra mucho, ya que es un síntoma de que quizá la concepción romántica del escritor está empezando a desaparecer. Espero, sin embargo, que quienes adopten el taller como espacio de aprendizaje no caigan en el mal entendido común de considerarlo como una suerte de horno donde donde entran manuscritos apenas terminados para salir obras completas, ya listas para la imprenta. La realidad es bastante diferente.
Para empezar, valdría la pena diferenciar las dos actividades que se engloban dentro del término «taller», pero que no necesariamente son equivalentes. Se llama taller al grupo de escritores nuevos que se reúnen con un escritor más experimentado para aprender de éste. También se llama taller al grupo de escritores que, bajo la dirección de un escritor con más experiencia, se reúne para discutir las obras de los participantes, dando por sentado que la discusión mejorará las obras en ciernes.
El primer tipo de taller, que podríamos llamar de «aprendizaje», tiene larga data. Recordemos que es el sistema preferido por las artes plásticas durante siglos. Miguel Ángel, a quien le gustaba mucho decir que había nacido «sabiendo pintar», tuvo lamentablemente un Giorgio Vasari que documentó en su Vidas de los artistas que aprendió el oficio en el taller de Domenico Ghirlandajo a donde ingresó a los catorce años. Es también el tipo de taller al que asistió Borges —según he señalado en «El doctorado de Borges»— tanto en Madrid como en Buenos Aires. El taller de aprendizaje sobrevive, con muy buena salud, en los programas de maestría en creación literaria del mundo anglosajón.
El segundo tipo de taller, que podríamos llamar de «edición», es más reciente. La idea es que en cada sesión se someta al escrutinio de los participantes el texto de uno de los talleristas con la esperanza de que los comentarios de los demás ayuden al autor a mejorar el texto. La premisa de que un autor que empieza casi nunca puede ver las faltas de lo que escribe es totalmente cierta. La premisa de que los demás podrán señalar dichas faltas, así como señalar las mejoras necesarias, lamentablemente, no es cierta, ya que está condicionada por dos impedimentos enormes.
El primer obstáculo, y el más grande, es que la mayoría de participantes están en el taller justamente porque todavía están aprendiendo el oficio de la escritura, por lo cual están insuficientemente preparados para hacer comentarios útiles, aunque tengan la mejor voluntad del mundo. Como la mayoría de autores se dan cuenta de este problema, esperan los comentarios del instructor, de quien se espera dé la última palabra. Inclusive si el instructor es capaz de comentar detalladamente cada texto, el taller se convierte en un espacio en el que los participantes se acostumbran a que el instructor decida por ellos. Esta búsqueda de la palabra final —que es la búsqueda de resultados— desconcierta a algunos talleristas cuando un instructor ignora en el texto algo que otro instructor ha alabado.
El segundo problema del taller de «edición» es más pedestre pero, lamentablemente, resulta insalvable: es el tiempo. Un escritor experimentado sabe que para comentar un texto debe leerlo atentamente por lo menos un par de veces. En el mejor de los casos dejando pasar unos días entre lecturas. Esto también es cierto para los críticos. Cosa que resulta imposible si el número de textos es muy alto. Como resultado los talleristas leen a la volada los textos de sus compañeros, y en el taller, debido a la presión de tener que decir algo, agravan su falta de experiencia con una lectura superficial. De esta manera gran parte del taller de edición se convierte en una pérdida de tiempo para todo el mundo.
Esto no significa que el taller de «edición» no tenga un lugar en el proceso de aprender a escribir. Todo lo contrario. Me atrevo a sugerir que el taller de «edición» es un aspecto fundamental. Hace falta, sin embargo, cambiar el enfoque del taller de «edición». En lugar de buscar resultados —un texto corregido— sería más útil trabajar en el proceso —qué ocurre a la hora de criticar un texto. Sugiero que el taller de «edición» puede ser útil para aprender dos destrezas que todo escritor profesional debe tener: cómo leer críticamente un texto, y cómo prestar atención a las críticas de los otros.
Para empezar, esto significa abandonar la noción de que el taller de «edición» es una suerte de horno donde un primer manuscrito se convertirá en un texto listo para la imprenta. También significa redefinir los roles de los participantes, incluyendo el del instructor, que en lugar de ser la autoridad sobre lo que se debe cambiar en un texto, podría guiar a los talleristas en el aprendizaje de las dos destrezas fundamentales que he señalado arriba. Sugiero que cuando se discute un texto dado, los únicos que pueden aprender en un taller de edición son: el participante que aprende a leer críticamente —al que podemos llamar «editor»— y el que aprende a recibir críticas sobre su trabajo —al que podríamos llamar «autor».
Debido a que el editor sólo tiene un texto a su cargo, puede leerlo cuidadosamente más de una vez, preparando una discusión detallada del mismo. En el taller señalará los aciertos y los errores, refiriéndose siempre a la página, el párrafo o la línea objeto de su comentario. Mientras tanto, el instructor modelará el proceso de hacer crítica constructiva, enfocándose siempre en el proceso más que en el resultado.
Mientras el «editor» hace esta crítica, el «autor» del texto puede aprender cómo escuchar atentamente. El problema en muchos talleres es que se le permite al autor explicar su texto, lo cual neutraliza toda posibilidad de que la crítica sea útil. Para evitar este problema, quizá sería buena idea que el «autor» se limitara a escuchar, tomando nota cuando haga falta, aprendiendo, poco a poco, que las emociones que siente cuando los demás hacen críticas negativas sobre su trabajo —emociones que pueden ir desde la incomodidad hasta la rabia asesina— son parte del proceso, y que al día siguiente, si ha tomado notas, podrá ver con mayor serenidad y claridad qué comentarios son útiles y cuáles no.
Dice Oates, que un escritor debe tener una piel de rinoceronte y un alma de mariposa, y el taller «edición» debe servir para que un escritor aprenda a crear esa piel de rinoceronte, pero también para que tenga la sensibilidad necesaria para dejar pasar, o prestar atención, a aquellos aspectos de la crítica que mantendrán con vida esa alma de mariposa. Sé que todo esto suena un tanto prescriptivo, quizá odiosamente prescriptivo para algunos, pero varios años de experiencia en talleres, en calidad de participante e instructor, me han dejado insatisfecho sobre la efectividad del taller de «edición».
No importa cuántos sean los talleres en los que participe un escritor, llegará el momento en que tendrá que construir ese taller constante, permanente, donde en la soledad más absoluta tendrá que escribir por el resto de su vida. Ese taller será más fructífero si ha aprendido a leer de manera crítica y a escuchar de manera atenta las críticas a su trabajo. En ese taller no hay seguridades, ni maestros que asientan cuando uno acierta, o que nieguen con la cabeza cuando uno se equivoca. Es el taller más difícil en el que participa un escritor, y es el que dura toda la vida, es el taller donde, si uno tiene suerte, trabajará sin tenerle miedo a la soledad ni a la posibilidad de cometer errores.
4 Comentarios en “En la puerta del horno”
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Un buen ejemplo de un interesante y productivo taller de «edición» es el que dirige Diamela Eltit.
Coincido a hundred percent. Me encanta tu blog. Saludos
José, dices bien cuando te refieres a la piel de rinoceronte, ya que en mi calidad de aprendiz o aspirante a «autora» muchas veces he podido apreciar y sufrir del mal de «Es que ustedes no me entienden» …lo cierto es que participar en estos talleres contribuye positivamente en desarrollar esa capacidad objetiva de autocrítica y quitarse el miedo a la exposición para retarse a descubrir y entregar lo mejor del potencial.
Tienes pensado dictar más talleres en Lima?
No pongo mi nombre por el temor de ser reconocid, pero también por la excelente sensación de sentirse… anónim…la consulta es ¿Cómo, José, reconocemos si tenemos talento, y/o si tenemos la capacidad de escribir una novela?…