El camino menos recorrido
La novela de carretera tiene un largo pedigree que empieza desde la publicación misma de Don Quijote. Dos compañeros de viaje, casi siempre con personalidades muy diferentes, viajan juntos a un destino que no es tan importante como la travesía que los une. Es el caso de The Road de Cormac McCarthy, traducida como La carretera por Luis Murillo Fort, una traducción que como pocas respeta las convenciones narrativas del original. La novela cuenta la historia del viaje de un padre con su hijo por una interminable carretera en medio de un mundo postapocalíptico. No sabemos qué produjo semejante destrucción. Tampoco qué esperan encontrar al final del viaje. Simplemente los seguimos durante el tramo quizá más significativo de su incesante andar. Me atrevo a sugerir que este tema tan antiguo adquiere gran parte de su poder de persuasión en La carretera gracias a las herramientas narrativas a las que McCarthy echa mano.
Para empezar, la novela evoca una larga genealogía de influencias, no sólo por el tema de la carretera, sino también por el mundo ficcional que construye. Hay una evocación a Robinson Crusoe, por ejemplo, cuando el padre encuentra un barco a la deriva cerca de la playa. Hay cierta semejanza con On The Road de Kerouac, ya que como ésta la novela de McCarthy muestra un corte transversal del mundo por el que discurre la carretera, aunque quizá el tema central de las novelas tenga poco en común. También como en De ratones y hombres de Steinbeck uno de los personajes protege al otro. Inclusive hay cierta afinidad con los dos viajes que se relatan en Lolita de Nabokov. Sin embargo, quizá el parentesco literario más cercano sea con Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, ya que ambas novelas parecen explotar el tema hobbsiano del retorno al «estado natural» en el cual homo homini lupus («el hombre es un lobo para el hombre»).
La carretera, como toda buena novela, se apoya en los tres elementos estructurales a los que me referí la semana pasada. Nos presenta un mundo fascinante, tanto como podría ser nuestro planeta después de que un evento catastrófico destruye gran parte de la humanidad. La novela también tiene cuidado de plantear preguntas narrativas desde el principio. El primer capítulo abre con:
Cuando despertó en el bosque en medio de la oscuridad y el frío de la noche estiró la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más oscuras que las tinieblas y días cada uno más gris que el anterior.
De inmediato nos preguntamos: ¿Quién es este hombre que pasa las noches en la intemperie? ¿Por qué los días son cada vez más grises? Luego, estas preguntas narrativas locales entraman las preguntas narrativas globales: ¿Qué ha ocurrido en el mundo? ¿Qué hay en el sur?
La carretera también está escrita con un estilo muy particular, que llama la atención desde el principio, y que, me atrevo a afirmar, resulta sumamente efectivo para construir este mundo moribundo, cubierto de cenizas, donde los dos protagonistas tratan de sobrevivir. Es justamente el estilo uno de los aspectos más significativos de la narrativa de McCarthy. Cuidadosamente trabajado, es el vehículo perfecto para las historias que cuenta, aunque quizá sea La carretera la novela donde éste casa mejor. ¿En qué consiste?
El aspecto más importante es la estructura de las oraciones, la mayoría muy cortas, parcas, donde los signos de puntuación prácticamente han desaparecido. Sobreviven los puntos seguidos para marcar el fin de una oración y una que otra coma para solventar alguna ambigüedad. Como si esto fuera poco, McCarthy elimina la estructura de la oración en algunos casos para, cinematográficamente, presentar el sustantivo, o su equivalente, como el único elemento descriptivo o narrativo. Por ejemplo, donde otro escritor habría usado: «Recorrieron un paisaje de colinas agrestes, donde se veían casas de aluminio.» McCarthy prefiere: «Un paisaje de colinas agrestes. Casas de aluminio.» Concentrando en la cláusula sustantiva el peso descriptivo de la narración. Esto resulta tan frecuente, y tan bien hecho, que uno se acostumbra.
También los diálogos sufren un cambio considerable. En inglés, la convención es que un diálogo aparezca entre comillas, seguido o precedido por la atribución, según corresponda, reiterándola de vez en cuando para que el lector no pierda de vista quién habla. McCarthy decide por una convención que elimina las comillas, embebe los diálogos y minimiza las atribuciones. Como en este caso:
Le estaba costando mucho quedarse dormido. Después de un rato volteó y miró al hombre. La lluvia le había dejado en el rostro franjas negras que le daban el aspecto de un actor del viejo mundo. ¿Puedo preguntarte algo? Dijo el niño.
Sí. Por supuesto.
¿Vamos a morir?
Algún día. Pero no ahora.
La reticencia del lenguaje también abarca la descripción del mundo interior de los personajes. He sugerido hace algunas semanas que lo que caracteriza a la novela, o a la ficción escrita en general, es su facilidad para presentar el mundo interior de los personajes. De modo que cuando vemos el mundo a través de sus ojos la narración puede registrar la densidad de su experiencia. No es el caso en La carretera. El mundo interior de los personajes se implica pero raramente se presenta.
Quizá la excepción más notable sea la narración retrospectiva, o flashback, que cuenta la última escena del hombre con su esposa, ocurrida muchos años antes. Sin embargo, inclusive en ese caso, prácticamente no accedemos a los pensamientos del hombre. Ésta es, por supuesto, una imperiosa necesidad narrativa, ya que gran parte del poder magnético de la novela reside en que desde el principio nos estemos preguntando qué ha destruido el mundo. Si la narración accediera a la mente de los personajes, tendríamos de inmediato una respuesta que cancelaría todas las posibilidades que seguimos barajando mientras leemos, posibilidades que enriquecen nuestra experiencia.
Este lenguaje parco implica una enorme apuesta de parte de McCarthy. Si hay escritores, sobre todo aquellos a los que les gusta el lenguaje barroco, que esconden bajo sus hermosas palabras o sus frondosas oraciones a veces una falta total de profundidad (escudándose en aquello de que la «profundidad está en la superficie»), el estilo rigurosamente austero de McCarthy, debido a que muestra todas las costuras, todo el entramado de la narración, también revela algunos problemas.
Por un lado, gran parte de la novela parece demasiado monocromática, un mundo dividido entre «buenos» y «malos», como nos recuerdan los personajes con relativa frecuencia. La novela también parece apoyarse demasiado Hobbes, quien afirmaba que cuando la humanidad está o vuelve al «estado natural», es inevitable que se recurra a la violencia extrema, creando pronto un mundo en el cual unos pocos, más fuertes, logran subyugar a la gran mayoría, esclavizándolos, inclusive tratándolos como si fueran ganado. Los actos de bondad del niño, sin embargo, no sólo parecen refutar amablemente esta visión sombría —que goza del favor de nuestro tiempo— sino también parece sugerir metafóricamente que una humanidad salvaje, primitiva, es capaz de producir seres humanos que son, en el buen sentido de la palabra, buenos. El estilo de La carretera, debido a que nos acostumbra a un uso estrictamente riguroso del lenguaje, también nos condiciona para que notemos muchas frases que parecen estar allí sólo para explicar, señalando una intrusión narrativa (noten, por ejemplo, la tercera oración que abre la novela). Sin embargo, la fuerza de la historia, así como la cadencia del lenguaje, derrumban muy pronto nuestra barrera crítica, absorbiéndonos por completo en ese mundo tenebroso donde los dos personajes avanzan «llevando la luz» hacia un destino incierto, aunque no por eso perseguido con menos tenacidad.
Lo extraordinario de la novela es que a pesar de su mundo ficcional, en su mayor parte tan abyecto, logra explorar ese hermoso tema de la relación de padres e hijos con cierta ternura. También que, inclusive en las condiciones de violencia extrema, el ser humano es capaz de mantener ciertos valores éticos. Hay otras dos novelas de McCarthy donde este último aparece con más claridad, inclusive con menos desesperanza, pero es en La carretera, más que en sus otras novelas, donde McCarthy logra conjugarlo con los tres elementos narrativos fundamentales —el mundo ficcional, la historia narrada, el estilo— de una manera que logra hechizar al lector desde la primera página. Espero que después de leerla, si no la han leído todavía, estén de acuerdo conmigo.