Corazón de tinieblas
El año 1999 fue bastante fructífero en términos literarios: se publicó True at First Light, que Hemingway dejó sin terminar; Günter Grass recibió el Premio Nobel; Ian McEwan publicó Amsterdam; y J.M. Coetzee publicó Desgracia, y ganó el Booker Prize. Quizá por la algarabía del momento nadie se acordó que El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad cumplía cien años. Es cierto que la novela recién apareció en forma de libro en 1902. Sin embargo, su aparición data de 1899, cuando la revista Blackwood’s Magazine la publica en sus números de febrero, marzo y abril. ¿Qué importancia puede tener una novela de menos de cuarenta mil palabras publicada hace más de cien años?
Nacido Józef Teodor Konrad Korzeniowski en 1857, Joseph Conrad creció hablando polaco, su lengua materna, luego estudió francés en la escuela, y después, ya entrados sus veinte, aprendió inglés porque le hacía falta para la carrera de navegante a la que aspiraba. En efecto, desde 1874 hasta 1894 navegó los mares, observando, tomando nota, finalmente escribiendo su primera novela en una apretada cabina del Torrens, el último navío en el que sirvió. No escribió en polaco como era de esperarse, ni en el francés que estaba de moda, sino en inglés, convirtiéndose además en uno de los estilistas de la lengua. El corazón de las tinieblas, aparecida cuando empieza a ser conocido como escritor, tiene hasta hoy una vigencia inquietante.
En inglés, la novela lleva el título Heart of darkness, sin el artículo determinado «the», lo cual le confiere un simbolismo mucho mayor, ya que desplaza la ubicación específica de «el corazón de las tinieblas» para convertirlo en una categoría metafísica, pasible de reaparecer en todas partes.
La novela narra la historia de Charlie Marlow, un ex marino que, a bordo del Nellie, una embarcación anclada en el Támesis, les cuenta a sus compañeros de tertulia el viaje que hizo años antes por el Río Congo para rescatar a Kurtz, agente de una compañía Belga, que había roto el contacto con sus empleadores, y que, según se dice, había iniciado un nuevo culto. Durante su viaje, Marlow es testigo de la conducta de los europeos que han llegan a África para «ganar dinero, por supuesto», como dice uno de ellos. Los hay desde los que no tienen el sentido del decoro, hasta quienes llevan cuello almidonado, pero los uno la misma sed de marfil, así como el mismo desprecio por la humanidad del «otro».
El contraste entre la «civilización» europea y la «barbarie» africana resulta, por decirlo menos, irónico. Kurtz se ha convertido en un ser mítico porque, como dice el contador, «envía más marfil que todos los demás [agentes] juntos». Marlow llega a la estación de Kurtz, que, en efecto, ha abrazado un modo de vida que dista mucho de su educación europea. Enfermo, delirante, le pide a Marlow que lo «salve». Le confiesa, además, que «si uno les muestra que es capaz de hacerles ganar mucho dinero, su reconocimiento no tiene límite». Kurtz muere en el barco gritando: «¡El horror!».
Debido a que los personajes de la novela, desde Marlow hasta Kurtz, tratan a los africanos de «salvajes», refiriéndose a ellos con descripciones deshumanizantes, algunos, como el novelista Chinua Achebe, han afirmado que Conrad es racista. Otros lo han visto como un visionario capaz de presentar temáticamente el abismo de oscuridad al que pueden caer los seres humanos cuando éstos están puestos al servicio de un proyecto imperial. La película Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola, parece sugerir esta última lectura.
¿Cuál de ellas es la más apropiada? Como sugerí la semana pasada, sería una pretensión inútil tratar de adjudicar la «corrección» a una sola lectura crítica. Lo más que podemos hacer es entender cómo se estructura cada una de ellas. Empecemos por Chinua Achebe que en «Racism in Conrad’s Heart of Darkness» lo acusa de racista. Es imposible no sentir simpatía por Achebe, por un lado por su magnífica novela Things Fall Apart, pero también por sus malas experiencias en la Universidad de Massachussetts donde le preguntaron, con cierta incredulidad, si era posible hablar de «literatura africana».
No es inusual que un lector apresurado tome las palabras que aparecen en una novela como si fueran del autor. Lo que sorprende es que un novelista cometa el mismo desliz. Como señala Vargas Llosa, uno de los personajes más importantes que crea un escritor es el narrador, que es la «voz» o «inteligencia» que nos cuenta la historia. Es posible que el narrador y el escritor compartan ciertas ideas. Pero es raro que haya una coincidencia al cien por ciento. Por lo que resulta imposible adjudicar todas las ideas del narrador al escritor.
En el caso de El corazón de las tinieblas parece que Conrad estaba consciente de ese riesgo porque adoptó una solución técnica que aumentaba su distancia con respecto a la narración. La novela abre con un narrador en primera persona, uno de los tripulantes del Nellie, quien nos informa dónde están, antes de darle la voz a Marlow, moderando de vez en las intervenciones de los presentes. En un momento, por ejemplo, en que Marlow se burla de los marineros europeos, una voz lo increpa: «Trate de no perder la cortesía, Marlow».
La decisión de usar un marco narrativo para la novela implica que tanto el narrador principal como Marlow no pueden saber nada más allá de su propia experiencia. De modo que cuando oímos, por boca del Marlow, que el contador trata de «salvajes» a los nativos, no podemos asumir que ésas sean las palabras de Conrad. Cuando Marlow dice que ver al «salvaje» a cargo de la caldera era «tan edificante como ver a un perro con tirantes y sombrero de plumas andando en dos patas», uno no puede dejar de sentir repugnancia por semejante comparación. Pero eso no significa que también haya que repudiar a Conrad.
Quizá Achebe podría cuestionar estas razones. Su preocupación no sería tanto la confusión que puede haber entre las palabras de un personaje y las del autor, sino el hecho de que el autor decida mostrarnos sólo una parte de la realidad, la versión europea, haciéndonos creer que es toda la verdad. Ese sería un cargo más sólido. Me pregunto, sin embargo, si Conrad se sentía lo suficientemente informado como para poder presentar el otro lado de esta narración. El problema de hablar por el «otro», de ser la voz del otro, implica un desdoblamiento cultural, inclusive epistemológico, que resulta imposible, ya que nadie puede escapar del todo su visión del mundo para adoptar una diferente como si se tratara de quintarse unos anteojos para ponerse otros. A lo más que se puede llegar es a intentar representar al «otro», reconociendo de inmediato nuestras limitaciones, aceptando que inclusive en ese caso, todavía seguimos dando una visión parcial de la historia.
La otra lectura de El corazón de las tinieblas, la que reconoce la visión parcial que presenta la novela, pero que recupera en ésta la crítica al proyecto imperial Belga, y por extensión, a los proyectos europeos del siglo diecinueve, parece condensarse en Apocalypse Now. De hecho, tanto la novela como la película (aunque de manera un poco más tosca) muestran que al margen del discurso civilizador de algunos personajes europeos, las acciones de éstos demuestran todo lo contrario, ya que van dejando a su paso un rastro de miseria y muerte.
Pero antes de sentirnos tentados a abrazar una de estas lecturas, vale la pena recordar que el narrador principal de la novela nos dice que las historias de marineros tienen un significado que se revela como el interior de una «cáscara de una nuez» cuando esta se rompe, mientras que en la historia de Marlow el significado está en la superficie, «envolviendo la narración que lo ha evocado así como la niebla evoca el resplandor que sólo se puede ver en ésta». La novela de Conrad trataba, quizá, de presentar en la superficie de su narración una visión sutil, volátil, que no se puede reducir a una sola verdad. Esto no debe tomarse como una actitud timorata por parte de Conrad. El corazón de las tinieblas era una crítica dura a los proyectos imperiales europeos justo cuando éstos gozaban de un segundo auge, que, como todos los momentos de gloria imperial, parecía destinado a durar para siempre.
Quizá una de las lecciones más interesantes de El corazón de las tinieblas es que con una superficie que semeja una novela de aventuras, lograra plantear algunas ideas cruciales para su época, y, lamentablemente, también para la nuestra. En esto, se parece un poco a Walter Benjamin, que cuando recibió la crítica de Theodor Adorno, en la que éste le decía que en su Passagenwerk no había suficiente teoría, respondió que si hacía bien su trabajo no la necesitaba. No hace falta «explicar», añadió, sino «mostrar», ya que un lector inteligente es capaz de extrapolar su propia teoría.
¿Son todavía vigentes los temas de El corazón de las tinieblas? La respuesta afirmativa la da el hecho de que el libro King Leopold’s Ghost deAdam Hochschild, sobre la explotación del Congo bajo el reino de Leopoldo II de Bélgica, se convirtiera en un best-seller en 1998. Si este ejemplo no basta, tomemos un tema concreto: la semiesclavitud de los nativos que aparecen en la novela, cosa que puede parecer del siglo diecinueve. Sin embargo, según los estimados de la fundación Anti-Slavery International, en el año 1999, cien años después de la publicación de la novela, había en el mundo 27 millones de personas sometidas a relaciones de semiesclavitud. Quizá todavía, en esta época de redes sociales electrónicas, de distribución de películas por Internet, y de mensajes de texto instantáneos, el ser humano es todavía capaz de albergar un corazón de tinieblas.
3 Comentarios en “Corazón de tinieblas”
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Me gustan mucho tus escritos. Resultan de lo más interesantes. Saludos,
J
Es casi un dolor similar o desencuentro humano el sufrido hoy con estas redes sociales, inmersas aun en el plano laboral, esclavizándonos de una manera tan sutil y helada que hacen falta unas persianas apenas, para separar a solitarios y libres vagos de aalariados apertrechados en «el dios de la pantalla». Cuán negro se ha vuelto el corazón estos días de sangre invisible.
Querido Jose:
en un pequeño y muy agradable libro de 1961, Líneas y perfiles de la literatura moderna, Günther Blöcker cita unas palabras de las Memories de Joseph Conrad: “En un mundo en cual ninguna explicación es definitiva, se debe contar con lo inexplicable cuando se quiere enjuiciar los actos de un hombre”. Y enseguida, Blöcker comenta: “Este factor inexplicable determina —como en Henry James, a quien [Conrad] venera y sobre quien escribió un estudio— su técnica narrativa”. Por otra parte, Bertrand Russell, en un capítulo sobre Conrad en Portraits from Memory, and Other Essays, de 1956, ya había escrito lo siguiente: “This story [Heart of Darkness] expresses, I think, most completely his philosophy of life. I felt, though I do not know whether he would have accepted such an image, that he thought of civilized and morally tolerable human life as a dangerous walk on a thin crust of barely cooled lava which at any moment might break and let the unwary sink into fiery depths. He was very conscious of the various forms of passionate madness to which men are prone, and it was this that gave him such a profound belief in the importance of discipline. (…) Conrad’s point of view was far from modern. In the modern world there are two philosophies: the one, which stems from Rousseau, and sweeps aside discipline as unnecessary; the other, which finds its fullest expression in totalitarianism, which thinks of discipline as essentially imposed from without. Conrad adhered to the older tradition, that discipline should come from within. He despised indiscipline, and hated discipline that was merely external”. Y luego, Conrad, en una carta dirigida a Russell, afirmó esto: “I have never been able to find in any man’s book or any man’s talk anything convincing enough to stand up for a moment against my deep-seated sense of fatality governing this man-inhabited world”.
Ahora bien, Conrad publicó Heart of Darkness en un tiempo (1899) y en un lugar (Inglaterra) en los cuales los signos ‘hombre’ y ‘humano’ aún eran sinónimos de blanco y occidental. Ésta fue su época. Lo interesante es que, acaso debido a su íntima experiencia como desplazado (un polaco que se exilia luego de la invasión rusa), escribió implícita y explícitamente contra las colonizaciones y la barbarie de su propia cultura. De aquí tal vez que D.H. Lawrence, en una carta dirigida al editor Edward Garnett, califique a Conrad entre los “writers among ruins”, y después agregue: “I can’t forgive Conrad for being so sad and for giving in”.