Crónica de un instante anunciado
Cuando un escritor quiere contar la vida de un personaje, no puede darse el lujo de incluir todos los detalles, tiene que elegir unos pocos episodios significativos. Esto depende del principio de economía que rige toda narración. La vida entera de un personaje resultaría tediosa, llena de repeticiones y de acciones banales. Me atrevo a sugerir que también depende de la relación inversa que el tiempo narrado tiene con respecto a la densidad de una novela. No me refiero a la opacidad del texto, sino al significado que los eventos tienen para sus personajes. Mientras menor sea el tiempo narrado mayor será la densidad de la narración, y mientras mayor sea la densidad, son mayores las posibilidades de sacarle partido a la característica fundamental de la novela: la vida interior de los personajes.
Como he señalado antes, creo que una de las diferencias fundamentales entre el cine y la novela es que en ésta última tenemos fácil e inmediato acceso a la vida interior de un personaje. De modo que cuando éste, por ejemplo, ve un avión en el cielo, podemos enterarnos también de las asociaciones que dicho evento desencadena en su mente. Quizá tenga miedo a volar. Quizá sueñe con ser piloto un día. Quizá recuerde dónde estuvo el 11 de septiembre del 2001. Pero, debido a que la mente depende del constante movimiento, muy pronto pasará de esta asociación a otra. Este proceso que ocurre en la mente del personaje ante los estímulos externos es la «densidad de experiencia». Como es necesario suspender la narración para reportarla, a mayor densidad de experiencia reportada, menor será el tiempo de lo narrado.
Joyce lo comprendió pronto. Insatisfecho con su primera novela, decidió emprender la escritura de otra que abarcara solamente un día en la vida de un personaje, de modo que la densidad de experiencia pasara a primer plano. Quizá podríamos decir que años antes ya Proust se había planteado una estructura semejante. Pero Joyce es el primero que lo hace de manera consciente, sistemática, inclusive analítica. Hay, por lo tanto, un espectro que va desde la novela que sólo narra la densidad de experiencia, hasta aquella que sólo se enfoca en la trama. Digamos, desde Farabeuf de Salvador Elizondo, que como su subtitulo lo señala es la «crónica de un instante», hasta las novelas de aeropuerto en cuyas páginas se da prioridad a la trama, dejando en un segundo plano la densidad de experiencia de sus personajes.
El intento más reciente de narrar la densidad de experiencia, trayéndola al primer plano, es ::Sábado:: de Ian McEwan. El escritor británico se plantea en Sábado nada menos que una versión moderna del Ulises de Joyce: seguir por un día la vida de Henry Perowne, un neurocirujano, mientras éste recorre las calles de Londres. Como es de esperar, la trama pasa a un segundo plano para dar paso al mundo interior de Perowne, pero ésta no desaparece por completo porque McEwan logra un delicado balance.
Perowne se despierta a las 3:40 de la madrugada aquejado en un insomnio inusitado. Esto le permite presenciar el aterrizaje de un avión en llamas. Lo vemos hablar con su hijo Theo que llega de tocar con su banda. Lo seguimos mientras maneja por las calles de Londres —agitadas por una protesta contra la inminente guerra de Iraq— hacía su partido semanal de squash. En una calle, debido al tráfico, roza un BMW rojo. Baxter, el dueño del auto afectado, es un tipo poco educado, con tendencia a las reacciones violentas. Perowne le diagnostica clínicamente un caso de la enfermedad de Huntington, humillándolo, e imponiendo sus conocimientos sobre la agresividad de Baxter. Perowne continúa la rutina del día, observando diversos aspectos sociales de Londres, y cuando llega a su casa para cenar con su familiar, Baxter entra por fuerza, y los hace vivir momentos de terror.
Este breve sumario apenas da una idea vaga de la riqueza de la novela, ya que ésta basa su poder de persuasión no en el encadenamiento causal de sus eventos, sino en la cohesión que produce la «densidad de experiencia» de Perowne. Tomemos, por ejemplo, el inicio del Capítulo 3 en la traducción de Jaime Zulaika (con algunos cambios):
Ya en la intimidad mullida de su coche, con el motor ronroneando casi inaudiblemente en una desierta Huntley Street, vuelve a llamar a Rosalind. La reunión ha concluido, y ella se ha ido de inmediato a ver al redactor jefe y todavía sigue con él después de cuarenta y cinco minutos. La secretaria eventual le dice que espere mientras ella va a averiguar algo más. Perowne apoya la cabeza en el respaldo del asiento y cierra los ojos. Nota la comezón del sudor seco en la cara afeitada. Los dedos de los pies, que retuerce empíricamente, parecen envueltos en líquido que se enfría deprisa. La importancia del partido se ha reducido a nada y su lugar lo ocupa un sueño perentorio. Sólo diez minutos. La semana ha sido ardua, la noche agitada, el partido duro. Sin mirar, encuentra el botón que cierra el seguro de las puertas. Los cerrojos se activan en rápida secuencia, como golpeteos metálicos, cuatro semicorcheas que lo adormecen aún más. Un antiguo dilema evolutivo: la necesidad de dormir, el miedo a ser devorado. Por fin resuelto mediante el cierre centralizado.
Por el auricular diminuto que sostiene contra la oreja izquierda oye el murmullo de la oficina de planta abierta, el suave repiqueteo de teclas de ordenador, y una voz quejumbrosa de hombre que le dice a alguien fuera del alcance del oído: «No lo niega… pero sí no lo niega… Sí, lo sé. Sí, ahí está nuestro problema. No negará nada.»
Con los ojos cerrados ve las oficinas del periódico, los recuadros de alfombra con los bordes levantados y manchados de café, el despiadado sistema de calefacción que exuda agua herrumbrosa e hirviendo, las falanges de luces fluorescentes que se pierden en la distancia e iluminan los rincones caóticos, los rimeros de papeles que nadie toca, porque a nadie le interesa saber lo que contienen ni para qué son, y los superpoblados escritorios que están demasiado juntos. Es el espíritu del aula de bellas artes. Todo el mundo demasiado tenso para ponerse a revisar los viejos montones de polvo. El hospital es igual. Habitaciones llenas de trastos, armarios y archivadores que nadie se atreve a abrir. Material antiguo en cajas de hojalata color crema, tan pesadas y misteriosas que no se pueden tirar. Edificios enfermos, que llevan demasiado tiempo en uso y que sólo la demolición puede curar. Ciudades y estados irreparables ya. El mundo entero que se asemeja al dormitorio de Theo. Se necesita una especie de adultos extraterrestres que arreglen el desorden general y luego acuesten temprano a todo el mundo. Hubo un tiempo en que a Dios se le suponía adulto, pero en controversias cometía la puerilidad de tomar partido. Después nos envió a un hijo real, a uno propio: lo que menos falta nos hacía. Una roca giratoria ya plagada de huérfanos…
— ¿Señor Perowne?
Me he tomado la libertad de incluir una cita tan larga para mostrar, en cursiva, cómo se desarrolla el mundo interior de Perowne, esa densidad de experiencia, construida a base de emociones, recuerdos e ideas, que se convierte en el tema central de la novela. Este proceso no nos es del todo ajeno. La conciencia, la ilusión de amplitud interior, es una de las conquistas evolutivas del ser humano (y quizá de otros mamíferos). Sin embargo, la mayoría de estos viajes interiores sólo son fascinantes para nosotros, con el agravante de que no pocos son variaciones machaconas del mismo tema. ¿Cómo hace McEwan para mantener el interés del lector?
Quizá las dos estrategias más importantes sean la «reacción» y la «recurrencia». Como a cualquiera de nosotros, el mundo exterior plantea a Perowne una serie de estímulos que suscitan cierta reacción en el mundo interior. La mayoría de las veces el pensamiento, emoción o recuerdo está en relación directa con el estímulo. La densidad de experiencia enriquece la trama. Otras veces la relación es más oblicua, como en el párrafo completo citado líneas arriba. En este segundo caso, el tema está íntimamente relacionado con otros aspectos de la novela, alimentándolos, hasta crear una rica red de significados (un efecto discutido por Gardner). En ambos casos, la selección de lo que se reporta en la novela está gobernado por el principio de economía.
Sábado consigue un efecto adicional. Debido a que la novela trae al primer plano el mundo interior de Perowne, éste se convierte en una suerte de narración paralela. De modo que, mientras Perowne vive su día, el paisaje mental que desarrolla la novela cuenta otra historia. Este neurocirujano, de clase media alta, satisfecho con su vida, seguro del curso de sus días y de la superioridad de su inteligencia, es incapaz de prever un acto de terror que tiene el potencial de destruir su vida para siempre. De no haber actuado de manera arrogante con Baxter, por ejemplo, quizá su familia nunca habría estado en peligro.
Es casi un lugar común decir que somos las historias que nos contamos. Quizá también seamos la acumulación de esta densidad de experiencia, la forma en que esta elaboración se teje con nuestros recuerdos, ese registro sutil de lo que somos. En el caso de los personajes literarios, esta densidad de experiencia les permite dejar de ser recortes de revista pegados en las páginas de una novela por las necesidades de la trama, o por la idea central que alienta al novelista, para convertirse en personajes complicados, contradictorios, imperfectos, y, quizá por ello, más humanos.
Durante el siglo veinte, hubo algunos novelistas que denunciaron esta construcción del mundo interior de un personaje como una debilidad burguesa. Tenemos el caso paradigmático de Robbe-Grillet, que en sus novelas —Les Gommes, por ejemplo— plantea una forma de escribir basada en el mundo exterior. Renunciaba a acceder a la vida interior de los personajes debido a que, según postulaba, es posible recrearla con la densidad descriptiva del mundo exterior. Esto, por supuesto, es uno de los principios del cine. Como es de esperarse, Robbe-Grillet dejó la novela y se convirtió en cineasta, aunque por mucho tiempo siguió promoviendo un tipo de novela que ya no escribía.
Espero que esta discusión incompleta de uno de los aspectos más salientes de Sábado, sirva por lo menos para alentarlos a disfrutar de su lectura, comprobando de primera mano cómo es posible que una novela traiga al primer plano la «densidad de experiencia» de sus personajes, pero sin aburrir a sus lectores. Después de todo, el mundo exterior de otros es a lo que tenemos fácil acceso, mientras el el mundo interior de los demás sólo podremos imaginarlo a través de ficciones como las de McEwan.
Un comentario en “Crónica de un instante anunciado”
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otro buen ejemplo de una narracion con un extraordinario mundo interior es «la caida» de «camus», que recomendaria leer a todos tus lectores, mas accesible que «sabado» que probablemente no llegue a paises latinos.
un abrazo
eric hennings