El placer de las Ficciones
La primera vez que leí el famoso título de Borges, tuve la impresión de que éste, excéntrico, lo había elegido para diferenciar sus cuentos, la mayoría de ellos de corte filosófico, de los otros que por entonces se publicaban. Esta deducción inocente gozó de buena salud durante muchos años porque no me topé con ningún otro libro que se identificara así. Leí novelas, cuentos, ensayos, inclusive biografías, pero no ficciones. Recién cuando me mudé a vivir a Los Ángeles, volví a toparme con «ficciones», pero no se trataban de las de Borges.
Ficción es el término anglosajón para las obras de «literatura en prosa que describen personas y eventos imaginarios». Después de llegar al inglés del latín —vía el francés— el término «ficción» aparece muy temprano en los textos anglosajones. Su uso se registra desde el siglo quince para describir una «invención del ingenio humano». En el siglo diecinueve es ya un término común. Henry James, por ejemplo, llama El arte de la ficción a la famosa charla que diera en la Real Sociedad de Londres en 1884. John Garnder usa el mismo título para el libro en el cual examina desde el tipo de vida que debe llevar un escritor, hasta algunas técnicas narrativas, pasando por el uso del lenguaje y la verdad de la ficción.
El término «ficción» aparece en el Diccionario de la Real Academia Española para designar, entre otras cosas, a una «clase de obras literarias o cinematográficas, generalmente narrativas, que tratan de sucesos y personajes imaginarios». Borges adopta el término muy pronto, pero éste no se populariza en América Latina sino hasta fines del siglo veinte, e incluso ahora todavía es raro. Esta reticencia ha empezado a ceder en los últimos años. Quizá en cierta medida debido a la influencia de la nueva literatura norteamericana en América Latina, desde Charles Bukowsi hasta Paul Auster. De modo que, por ejemplo, Mario Vargas Llosa usa por fin el término ficción en un ensayo reciente: El viaje a la ficción.
¿Qué importancia, si alguna, puede tener el uso del término? ¿Por qué tardó tanto en alcanzar cierto grado de uso en América Latina? ¿Qué lo diferencia del término «literatura»? Quizá uno de los puntos clave para responder estas preguntas justamente resida en que no todas las obras de ficción son literatura ni toda literatura es ficción. Es como los diagramas de conjuntos que muestran la intersección de dos círculos, el más grande sería «literatura», y el más pequeño, «ficción». Me atrevo a sugerir que el término «ficción» ha tenido un uso tan escaso debido a la incomodidad que produce su estatuto ambiguo con respecto a la literatura.
Cada vez que encontramos un texto de ficción, una pregunta a veces incómoda, pero siempre legítima, es si debemos incluirlo dentro de la literatura. Para algunos, una novela de Dan Brown, por ejemplo, quizá no pertenezca a la categoría «literatura», aunque queda claro que pertenece a la categoría de «ficción». Por otro lado, una novela de Milán Kundera, que definitivamente es «ficción», para muchos también es ciudadana legítima de la «literatura».
El hecho de que tanto La insoportable levedad del ser como El código Da Vinci pertenezcan a una misma categoría —«ficción»— nos plantea el problema de tratar de explicar cómo es posible que, a pesar de sus diferencias, que para algunos resultan astronómicas, ambas novelas compartan un cierto ADN común. Si la negativa a usar el término «ficción» se debe a la incomodidad de poner novelas tan disímiles en el mismo saco, quizá podamos aprovechar que pertenecen a la misma categoría para examinar de cerca el término «ficción».
Tal vez lo más útil resulte no detenerse mucho en la definición de la Real Academia Española, sino más bien examinar cómo opera la ficción. El término viene del latín «fingere», que quiere decir inventar o fingir. ¿Para qué sirve este objeto inventado, sea novela o cuento, que finge una realidad que no existe? Una respuesta trivial es que sirve para entretenernos. De modo que, como cualquier otra actividad lúdica, participamos en ella porque nos produce cierto tipo de placer. Sin embargo, esta respuesta que a simple vista parece baladí, no lo es tanto, porque nos lleva a una pregunta más importante: ¿De que tipo de «placer» estamos hablando?
Para Vargas Llosa, el placer que nos produce una obra de ficción es la de abstraernos de nuestra realidad circundante, permitiéndonos experimentar de manera vicaria aventuras que de otro modo nos estarían negadas. Esta no es una explicación del todo nueva. Cervantes ya la había planteado en Don Quijote. Después Flaubert hace lo mismo en Madame Bovary. Desde otro ángulo, también Lewis Carroll plantea en Alicia en el país de las maravillas que la ficción sirve para escapar de la realidad. No hay que escarbar mucho para comprender que necesitamos escapar de la realidad porque no estamos satisfechos con ésta. ¿Se agota la ficción en ese destello de placer escapista?
John Garnder no estaría de acuerdo. En El arte de la ficción, plantea que uno de los usos de la ficción es el de especular qué pasaría con ciertos seres humanos —personajes— cuando son sometidos a ciertas condiciones específicas —una trama— en un lugar y época determinados. Ian McEwan asegura algo semejante. Sus novelas son para él «investigaciones de la naturaleza humana». Gardner llama a esta exploración «filosofía concreta». La ficción serviría entonces para responder la pregunta, ¿qué pasaría sí?, quizá iluminando cierto aspecto de nuestra experiencia común, aunque no necesariamente dando una respuesta definitiva. El poder atisbar ese espacio de posibilidad en la existencia humana no siempre produce placer lúdico, aunque si puede darnos la satisfacción de hacernos creer, aunque sea por unos instantes, que sabemos un poco más sobre el mundo, que entendemos la complejidad que nos apabulla de vez en cuando, aplacando así nuestra angustia existencial.
Sin embargo como esta «máquina perezosa» que es —a decir de Umberto Eco— la ficción necesita de los lectores para echarla a andar, exigiéndoles convertirse también en creadores. Quizá éste sea un tercer tipo de placer que produce la ficción, el de alentarnos a crear mundos, a imaginarlos con tan sólo la pauta de los signos impresos en un papel, un placer tal vez semejante al que siente un pianista al interpretar una partitura. La ficción también nos da el placer de crear.
Me atrevo a sugerir que el ADN que une a todas las ficciones reposa en tres formas de placer. Por un lado, el placer de la evasión, que comparte con el cine. También nos produce el placer de crear, que la diferencia del cine. Pero quizá el más importante sea ese atisbo de inmortalidad que es el momento en que creemos entender por qué estamos aquí, aunque dicho momento sea tan evanescente como los mundos creados por la ficción. Una buena obra de ficción sería aquella que nos permite experimentar esos tres tipos de placer, aunque no tengan que ocurrir al mismo tiempo, ni en una sola lectura, ni a todos los lectores por igual. Una buena obra de ficción debe ser como aquel lugar querido al siempre queremos volver.
5 Comentarios en “El placer de las Ficciones”
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la universalidad de borges se basa en crear un mundo diferente de acuerdo al estado de animo y la edad que tengamos, no es el mismo cuento cuando lo lei por primera vez a los catorce o ahora que lo releo a los cincuenta como en las diferentes edades que lo relei, crea irrealidades (ficciones) diferentes, veo que siempre comparas cine con literatura y me parece que son diferentes cada una en su campo,las ficciones las podemos contar como cine como un libro como una obra de teatro.
creo que en las obra de dan brown son novelas en las cuales mezcla partes reales con partes que poldrian serlo, tecnicas narrativas con las cuales hace que la iglesia proteste y a su vez la hace mas apetecible a un publido avido de curiosidad , la narracion en cua;quiera de sus formas es un arte que no tiene reglas y mal hariamos en ponerlas ya que algunas reglas de hoy no seran tomadas en cuenta manana.
un abrazo
eric hennings
Eric, Gusto de tenerte por aquí, y de recibir tus comentarios. Un abrazo, José de Piérola
Una vez conversamos sobre lo que en el Perú se considera literatura por unos, y lo que es considerado literatura en otros lugares como Estados Unidos. Ahora has hecho un paralelo del término ficción empleado por dos culturas, y de qué manera ambas aproximaciones se complementan con las correspondientes perspectivas sobre el término literatura. Qué importante es tener más claro los usos de estos términos para establecer un verdadero diálogo intercultural que justamente trate sobre una parte primordial de la cultura: la literatura, o, en todo caso, la manera de vincularse con otros seres humanos mediante los escritos.
«Pero quizá el más importante sea ese atisbo de inmortalidad que es el momento en que creemos entender por qué estamos aquí, aunque dicho momento sea tan evanescente como los mundos creados por la ficción. »
¿Te refieres a los momentos de epifanía?
Quizá sea más que la epifanía, porque en ésta, bien sea el personaje o el lector comprenden algo, mientras que a los momentos a los que me refiero es aquellos en los que creemos que lo tenemos todo claro, para después comprobar que ha sido sólo un parpadeo.
Gracias por los comentarios. Un fuerte abrazo.