La expiación de Briony
Estoy seguro de que se han consumido ríos de café despotricando de los canallas de Hollywood que han arruinado otra buena novela adaptándola al cine. Durante muchos años también yo perdí el tiempo debatiendo sobre si tal película había resultado tan buena como la novela en la que estaba basada. De más está decir que estos arrestos adolescentes, que han contribuido más a la industria del café que a la crítica, están descaminados porque asumen que el cine y la novela son comparables. Nada más alejado de la verdad.
Es cierto que —al decir de Stevenson— ambos medios son «representativos» y «temporales». Pero como señalé hace algunas semanas, conviene siempre recordar que, aunque se parezcan tanto, el cine y la novela tienen una diferencia fundamental e irreconciliable: el cine depende de las imágenes; la novela, del mundo interior sus personajes. Cuando el cine quiere recrear, digamos, otro planeta, puede hacerlo con tantos detalles que sucumbimos ante el poder extraordinariamente persuasivo de la imagen. Un novelista que pretendiera hacer lo mismo terminaría escribiendo una enciclopedia de varios volúmenes pero no una novela. Por otro lado, la facilidad con la que la novela accede al mundo interior de un personaje está fuera del alcance del cine. Basta una par de frases señalizadoras para que el novelista nos lleve de ida y vuelta al pasado sin perturbar el ritmo de la narración. También le basta una frase para ingresar a la consciencia de un personaje, y mostrarnos, desde allí, el mundo que lo rodea. Imagino que un cineasta con suficientes recursos podría intentar hacer lo mismo, pero lo más probable es que terminaría creando un efecto cómico, si no aburrido.
¿Significa esto que toda adaptación está condenada al fracaso? De ninguna manera. Para empezar, cuando uno juzga una película, no puede hacerlo con los mismos criterios con los que juzga una novela. Interesa que cuente la misma historia, y que los temas o preocupaciones básicas de la novela estén en la película, pero allí terminan las exigencias. Lo que hay que juzgar en una película es cómo usa la imagen (y el sonido) para crear un efecto único, artístico, independiente de la novela que le da origen.
Quizá a estas alturas valdría la pena examinar un ejemplo. He elegido Expiación de Ian McEwan (2002) para compararla con la película del mismo nombre que, con guión de Christopher Hampton (Relaciones peligrosas y El americano impasible), dirige Joe Wright (Orgullo y perjuicio). He seleccionado la escena que echa a andar la trama, y que tiene, tanto en la película como en la novela, un indudable valor simbólico, aunque éste no sea necesariamente el mismo.
Se trata de la escena de la fuente, que tanto en la novela como en la película es narrada dos veces, una desde el punto de vista de Cecilia Tallis, y la otra desde el punto de vista de Briony, su hermana menor. En la escena, Cecilia ha salido de la casa, llevando en brazos un costoso jarrón Meissen, con la intención de llenarlo de agua para completar un arreglo de flores silvestres. En el jardín se topa con Robbie, el hijo de una empleada de la casa, que gracias a la generosidad de la familia Tallis y a su propia aptitud, ha asistido a la universidad y está planeando continuar estudios de medicina.
La escena en cuestión aparece en la novela en el Capítulo 2. En la película dura poco más de dos minutos. En los primeros cuatro segundos vemos a Cecilia caminando hacia una fuente seguida de cerca por Robbie. La toma sirve para plantear tres planos. Se ve al fondo la imponente casa de los Tallis (aunque no sabemos que ha sido construida gracias a la fortuna que el abuelo amasó vendiendo cerraduras). Luego vemos a Cecilia, cruzando un enorme jardín muy bien cuidado, alejándose de la solidez de la casa tutelar. Finalmente, en primer plano se ve la fuente (aunque habría que ser un experto para saber que es una reproducción de Berini). Cecilia parece estar alejándose de la esfera doméstica para sufrir una transformación en la esfera pública.
En la novela, el narrador usa ese breve trayecto para mostrarnos la relación de tensa atracción que existe entre Cecilia y Robbie. Narrada desde el punto de vista de ella, nos enteramos de que no está contenta por la forma en que Robbie la trata, luego somos testigos de cómo recuerda que, un par de días antes, Robbie había montado todo un teatro para pedir prestado un libro, rechazando después la invitación a tomar café que ella le hizo. En la traducción de Jaime Zulaika (bastante correcta), el paso de la acción presente a la mente de Cecilia, y de allí al episodio en la biblioteca, se resuelve con las dos frases que señalo en negrita:
A ella le sorprendió que él pensara que había suscitado la cuestión del dinero. Era mezquino por parte de Robbie. El padre de Cecilia le había subvencionado la educación toda su vida. ¿Alguien había puesto reparos? Ella había pensado que eran imaginaciones suyas, pero de hecho estaba en lo cierto: había dureza en el trato de Robbie últimamente. Se empeñaba en contrariarla siempre que podía. Dos días antes había llamado al timbre de la puerta principal: algo extraño, porque siempre había tenido libre acceso a la casa…
Estas frases, que la teórica Elizabeth Black, llama signposts (señalizadores), es una técnica simples pero efectiva con la que cuenta la novela para señalar mudas temporales y subjetivas. Un poco más adelante nos enteramos de que Cecilia piensa que Robbie se está burlando de ella porque en la universidad éste tuvo mejores notas que ella. Eso no es todo, cuando Robbie le sonríe, el monólogo interior cambia de tono, reconociendo que él está tratando de redimirse. Quizá los dos estaban atrapados en el mismo juego de hacer algo malo, luego de tratar de enmendarlo, sin que esto sea posible. Por último, antes de que ellos lleguen a la fuente, el narrador todavía tiene tiempo para describir la fuente, informándonos que es una copia a escala de Berini, que, quizá por falta de fondos, hace tiempo que no funciona propiamente.
Todo esto se narra en cerca de dos páginas y media, que en la película han sido cuatro segundos, y en el guión apenas dos líneas. En ese momento Robbie le ofrece ayuda a Cecilia: «Dámelo… Yo te lo lleno y tu recoges las flores» (en inglés: «Let me take that… I’ll fill it for you»). Cecilia no quiere dejarse ayudar, pero Robbie insiste, y en el forcejeo se rompe el jarrón. En la película ya habíamos visto el jarrón, y aunque da la impresión de ser caro, no tenemos la menor idea de su valor simbólico. En la novela ya nos hemos enterado de que el jarrón perteneció al tío Clem. Durante la Primera Guerra Mundial, éste había salvado a cerca de cincuenta mujeres y niños en un pueblo francés, y los habitantes, agradecidos, le habían regalado lo más valioso que tenían. Como no puede llevarlo a cuestas, el tío Clem lo envía a su familia, pero, irónicamente, el jarrón llega poco después de que él muere en acción.
De modo que cuando leemos sobre la ruptura del jarrón en la novela, entendemos sin la menor duda el carácter doblemente simbólico de esta acción: la ruptura de un ideal patriótico, ético y moral en la familia, y la ruptura de un modo de vida que tanto Cecilia como Robbie están a punto de experimentar. Por supuesto, ningún cineasta se tomaría el trabajo de contar la historia del tío Clem, en particular si éste aparecería apenas una vez. El jarrón, sin embargo, todavía tiene cierto carácter simbólico. Pero Wright también aprovecha la escena para aumentar la densidad narrativa de la escena.
Dos pedazos del jarrón han caído dentro de la fuente. Cecilia, indignada por lo que acaba de ocurrir, y dispuesta a negarle a Robbie la oportunidad de recuperar los pedazos, se quita la blusa y la falda, y se mete al agua en ropa interior. Wright aprovecha para mostrarnos a Cecilia completamente sumergida, anticipando así otra escena, casi simétrica, que veremos al final de la película. También el cambio de la paleta —de los colores cálidos del mundo exterior, a los colores fríos bajo el agua— tiene un carácter premonitorio. Cuando Cecilia sale de la fuente, Wright aptamente hace que ella se detenga en el borde, quedando por encima de Robbie, desde cuyo punto de vista la vemos brevemente, casi desnuda, como una ninfa que entra al mundo por primera vez. Por último, cuando Cecilia se aleja, Robbie se inclina sobre el agua de la pileta, y, extendiendo la mano, toca la superficie del espacio cerrado que ha albergado a Cecilia por unos instantes.
Es cierto que en la novela Cecilia también se sumerge, y que en la película el jarrón todavía tiene un valor simbólico, pero tanto escritor como guionista han privilegiado las posibilidades de su medio.
¿Cuál de las dos escenas es mejor? Espero que a estas alturas esa pregunta resulte inútil. Dado el mismo material narrativo, lo que resulta interesante es ver qué efectos diferentes logra cada medio. En otras palabras, una película no es una versión de una novela, aunque el guión surja de ésta, sino que es una obra de arte independiente, que debe ser juzgada dentro de los parámetros de su medio. Una adaptación no falla cuando no puede lograr el mismo efecto de una novela, cosa que es imposible. Una adaptación falla cuando no logra adueñarse del material narrativo para lograr una obra de arte independiente de la novela.
No hay nada más fascinante que de una buena novela salga una buena película. Es como mirar el mundo desde dos ángulos muy diferentes. Cosa que pueden hacer leyendo y viendo Expiación.
2 Comentarios en “La expiación de Briony”
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jose
ahora con el cine tres d van a haber comparaciones entre ambos tipos, es nuestra naturaleza, usar el tiempo ocioso en usarlo ociosamente. pero diria que gracias al cine podemos de alguna manera ver lo que con una novela de un estilo no agradable rehuimos, pienso que en elmaterial escrito la representacion que se le de a el va a estar dado por nuestros conceptos culturales, por lo que no va a ser igual para ninguno solo parecida
un abrazo
eric hennings
En un post anterior dices que, como en las cadetrales, hay historias que vale la pena que se cuenten en otros medios; eso tiene sentido si lo esencial de la historia se conserva. ¿Es esta adaptación ocurrió eso? Para mí fue interesante ver cómo mucho de Lo que queda del día se pierde porque la novela está en primera persona y por lo tanto es lógico esperar que el mayordomo nos oculte muchos detalle (que en la película sería imposible, porque no dependemos de su versión de los hechos.)