El doctorado de Borges

Aprendiendo a escribir

Apren­diendo a escribir

Una pre­gunta que to­da­vía me ha­cen cuando ha­blo so­bre el tema de las maes­trías en crea­ción li­te­ra­ria es: ¿Se puede en­se­ñar a es­cri­bir? Es una pre­gunta re­tó­rica, por su­puesto. Y la ex­pe­rien­cia me ha en­se­ñado que quie­nes las plan­tean no tie­nen la me­nor in­ten­ción de es­cu­char la res­puesta. Sin em­bargo, vale la pena to­marla en se­rio, por­que quizá ex­prese un pro­blema no resuelto.

Para em­pe­zar, vale la pena de­te­nerse en la pa­la­bra «es­cri­bir». Me atre­ve­ría a su­ge­rir que hay, por lo me­nos, cua­tro for­mas de en­ten­derla. En el con­texto de la pre­gunta, no es, ima­gino, la ha­bi­li­dad que uno aprende en la es­cuela ele­men­tal, ya que, cual­quier niño que con­cluye el pri­mer grado sabe es­cri­bir. En el con­texto de la pre­gunta, la pa­la­bra se re­fiere a la ha­bi­li­dad par­ti­cu­lar que pa­re­cen te­ner quie­nes se de­di­can a la li­te­ra­tura. Pero aún si cir­cuns­cri­bi­mos su sig­ni­fi­cado a este ám­bito bas­tante li­mi­tado, to­da­vía es po­si­ble des­me­nu­zarla un poco más.

Se puede en­ten­der «es­cri­bir» como cierta ha­bi­li­dad para el uso del len­guaje es­crito. No im­porta cuanto de esta ha­bi­li­dad sea «na­tu­ral» no hay duda de que su desa­rro­llo de­pende de otros fac­to­res. Por­que in­clu­sive si, como en la mú­sica, el es­cri­tor en cier­nes tiene «oído ab­so­luto», esto no quita que, si no tiene las con­di­cio­nes fa­vo­ra­bles para desa­rro­llar su ta­lento, ter­mine ga­nán­dose la vida en una plaza. Sin ir más le­jos, re­cor­de­mos que hasta los treinta años Cer­van­tes no ha­bía sido más que un des­afor­tu­nado sol­dado del reino.

Su­giero que hay otras dos for­mas de en­ten­der «es­cri­bir». La pri­mera es como el con­junto de téc­ni­cas na­rra­ti­vas —desde la cons­truc­ción de una ora­ción hasta la ar­ti­cu­la­ción de una no­vela— que to­dos los es­cri­to­res em­plean al mo­mento de pro­du­cir un texto li­te­ra­rio. Tam­bién se puede en­ten­der «es­cri­bir» como la ca­pa­ci­dad de ex­pre­sar una vi­sión muy par­ti­cu­lar del mundo. En cier­tos círcu­los esto se de­no­mina «te­ner qué de­cir». El sa­ber es­cri­bir se­ría, en­ton­ces, te­ner cierta ha­bi­li­dad na­tu­ral, nu­trida por un pri­mer apren­di­zaje ini­cial, que a su vez ha in­te­grado en su ba­gaje los as­pec­tos téc­ni­cos de la na­rra­tiva, para po­ner todo esto al ser­vi­cio de una cierta vi­sión del mundo. Quizá ahora po­dría aven­tu­rarme a res­pon­der la pre­gunta retórica.

Des­con­te­mos dos as­pec­tos. Pri­mero, la ha­bi­li­dad na­tu­ral para el uso del len­guaje que, por su­puesto, no se puede en­se­ñar. Tam­bién el apren­di­zaje que se com­pleta en la es­cuela ele­men­tal. Lo cual nos deja dos as­pec­tos: la vi­sión del mundo (el te­ner algo qué de­cir) y el ba­gaje téc­nico (las téc­ni­cas na­rra­ti­vas). Es­tos dos as­pec­tos es­tán tan li­ga­dos el uno al otro que re­sulta im­po­si­ble sa­ber por dónde pasa la cos­tura que los une. Sin em­bargo, en aras de la cien­cia, me arries­garé a lle­var a cabo un ejer­ci­cio de disección.

¿Se puede apren­der a te­ner una cierta vi­sión de mundo? Tam­bién aquí, se po­dría plan­tear esta pre­gunta de ma­nera re­tó­rica, ya que se po­dría afir­mar que, como el oído para la mú­sica, uno «nace» con una forma pe­cu­liar de ver el mundo. Me arriesgo a de­cir que no creo que sea una fa­cul­tad na­tu­ral. Hay de­ma­sia­dos fac­to­res cul­tu­ra­les, desde el en­torno in­fan­til, hasta la ex­pe­rien­cia de vida, pa­sando por lo que uno vive en las au­las uni­ver­si­ta­rias, como para que la res­puesta sea tan sim­ple. In­clu­sive voy a ir más le­jos para afir­mar que, no im­porta con qué sen­si­bi­li­dad nazca uno, ésta se desa­rro­lla con la ex­pe­rien­cia de vida (que in­cluye todo, desde el pri­mer beso hasta la úl­tima lectura).

El ba­gaje téc­nico, por otro lado, son los co­no­ci­mien­tos que le per­mi­ten a un es­cri­tor cons­truir un per­so­naje, crear sus­penso, in­clu­sive abrir el es­pa­cio ne­ce­sa­rio para una di­gre­sión fi­lo­só­fica. Nada de esto es, por su­puesto, na­tu­ral. Na­die nace sa­bién­dolo. To­dos lo tie­nen que apren­der. Es cierto que da­das las con­di­cio­nes idea­les uno po­dría des­cu­brir­las por uno mismo. Di­ga­mos si tiene ac­ceso a un nú­mero de bue­nos ejem­plos que uno es­tu­dia­ría con cierto mé­todo. Es lo que hizo Var­gas Llosa con las no­ve­las de Faulk­ner. En más de una oca­sión ha men­cio­nado que las leía «lá­piz en mano» para po­der de­ter­mi­nar su car­pin­te­ría se­creta (aun­que es pro­ba­ble que es­tu­viera apren­diendo mu­cho más).

Para res­pon­der la pre­gunta: Es­tos dos as­pec­tos (la vi­sión del mundo y la téc­nica na­rra­tiva) sí se apren­den. ¿Ejem­plos? Mu­chos. Pero to­me­mos el caso de Bor­ges. Uno es­ta­ría ten­tado a pen­sar que la pro­funda ori­gi­na­li­dad de su fic­ción se debe ex­clu­si­va­mente a un cierto ta­lento na­tu­ral, unido a una forma muy par­ti­cu­lar de ver el mundo, en fin, una ha­bi­li­dad que no apren­dió de na­die. Sin em­bargo, aparte del ba­chi­lle­rato, que sin duda le en­señó bas­tante, Bor­ges pasó por una larga etapa de apren­di­zaje con es­cri­to­res más ex­pe­ri­men­ta­dos que él. Con­si­de­rando los años de es­tu­dio, así como el ca­li­bre de sus maes­tros, no se­ría arries­gado de­cir que cursó el equi­va­lente a un doc­to­rado en literatura.

Em­pe­zando por su pa­dre, que tuvo as­pi­ra­cio­nes li­te­ra­rias, y que lo ro­deó de to­das las fa­ci­li­da­des para que se con­vir­tiera en es­cri­tor. Se­gún cuenta en sus no­tas au­to­bio­grá­fi­cas, pu­bli­ca­das en la re­vista nor­te­ame­ri­cana The New Yor­ker (19 de se­tiem­bre de 1970), como su fa­mi­lia «es­pe­raba que fuera es­cri­tor» Bor­ges le pi­dió a su pa­dre que le en­se­ñara, pero éste se negó, ar­gu­men­tando que un es­cri­tor tiene que apren­der sólo.

Bor­ges no se des­alentó. Cuando su fa­mi­lia se mudó a Ma­drid, se amigó con Ra­fael Cansinos-Asséns su pri­mer maes­tro. Ya lle­gado el re­co­no­ci­miento in­ter­na­cio­nal, Bor­ges se­guía afir­mando que «to­da­vía se con­si­de­raba un dis­cí­pulo» de Cansinos-Asséns. To­dos los sá­ba­dos, desde la me­dia­no­che hasta las pri­me­ras lu­ces del do­mingo, Cansinos-Asséns daba cá­te­dra en el Café Co­lo­nial, usando un for­mato muy pa­re­cido al de las cla­ses de post­grado. Él pro­po­nía un tema, y los dis­cí­pu­los, en­tre ellos Bor­ges, lo dis­cu­tían, con pe­rió­di­cas in­ter­ven­cio­nes del maes­tro. Quizá de esas ama­ne­ci­das ven­gan no po­cas de las alu­sio­nes a De Quin­cey a las que Bor­ges es pro­penso. (Es Cansinos-Asséns quien in­venta el tér­mino «ul­traísmo» que se­ría el pri­mer em­blema li­te­ra­rio del jo­ven Bor­ges.) Tiempo des­pués, en Bue­nos Ai­res, Bor­ges co­noce a Ma­ce­do­nio Fer­nán­dez, que se con­vierte en su se­gundo maes­tro. Se­gún Bor­ges mismo, «de to­das las per­so­nas que co­no­ció en [su] vida, nin­guno dejó una marca tan pro­funda y du­ra­dera como Ma­ce­do­nio» Fer­nán­dez. El for­mato era pa­re­cido. Fer­nán­dez se reunía con sus dis­cí­pu­los los sá­ba­dos por la no­che en el café Perla de la Plaza de Once. Tam­bién como en Ma­drid la con­ver­sa­ción du­raba hasta el aman­ce­cer. Se­gún Bor­ges mismo, si Cansinos-Asséns se en­fo­caba en el «apren­di­zaje li­te­ra­rio», Fer­nán­dez pre­fe­ría las «ideas». Se puede afir­mar que am­bos maes­tros le ofre­cie­ron esos dos as­pec­tos ne­ce­sa­rios para la for­ma­ción de un es­cri­tor: el ba­gaje téc­nico (Cansinos-Asséns) y cierta vi­són del mundo (Fernández).

Pero, ¿de dónde viene la pre­gunta re­tó­rica? Quizá de la an­sie­dad que pro­duce el afán de tras­cen­den­cia, la ne­ce­si­dad de ser me­jor, su­pe­rior, aun­que la pre­gunta re­vele en el fondo el te­mor de no serlo. Quizá tenga que ver tam­bién con la in­ven­ción del es­cri­tor. El es­cri­tor mo­derno, tal como la co­no­ce­mos ahora, em­pieza poco des­pués de la im­prenta, cuando ésta hace po­si­ble la re­pro­duc­ción y por lo tanto la in­ser­ción de és­tos en la na­ciente eco­no­mía de mer­cado. Quizá la pre­gunta sea uno de los úl­ti­mos ava­ta­res del giro que tomó este pro­ceso du­rante el Ro­man­ti­cismo an­glo­sa­jón, cuando al es­cri­tor se lo con­si­de­raba como un un ser que ha re­ci­bido de una ins­tan­cia su­pe­rior una ca­pa­ci­dad na­tu­ral que le per­mite ex­pre­sarse por es­crito, creando esos ob­je­tos com­pli­ca­dos, lle­nos de so­fis­ti­ca­cio­nes, que son los tex­tos literarios.

Fe­liz­mente, en es­tos tiempo ya se em­pieza a aban­do­nar esa vi­sión, re­em­pla­zán­dola por otra más in­clu­siva, que re­co­noce que las vo­ces de la li­te­ra­tura son he­te­ro­gé­neas —como di­ría Cor­nejo Po­lar— cada una de las cua­les forma parte de ese com­pli­cado, en­ma­ra­ñado, pero fruc­tí­fero há­bi­tat que es la literatura.

Com­par­tir

8 Comentarios en “El doctorado de Borges”

  1. Jesus 2 febrero 2010 at 10:54 am #

    Si­gue es­cri­biendo…
    A pe­sar de la dis­tan­cia, es como si te es­cu­chara en esas tar­des en Lima tiempo atras.

  2. josedepierola 2 febrero 2010 at 6:24 pm #

    Esa es la idea. Un enorme abrazo.

  3. carlos julio dávila forero 3 febrero 2010 at 7:32 pm #

    Me en­canta su ma­nera de escribir

  4. josedepierola 3 febrero 2010 at 11:21 pm #

    Car­los Julio:

    Gra­cias otra vez.
    Saludos,

    José de PIérola

  5. Alfonso Santillana 4 febrero 2010 at 1:48 am #

    es­toy de acuerdo con us­ted en lo que aplica a la crea­ción li­te­ra­ria pero existe una clara ex­cep­ción y es la poe­sía, y doy dos cla­ros ejem­plos, Art­hur Rim­baud mu­cho an­tes de co­no­ces a Ver­laine (de quien se puede ar­gu­men­tar fue su maes­tro, yo opino que fue al re­vés) a los quince ya es­cri­bía na­rra­ti­vas, diá­lo­gos y ver­sos de gran ca­li­dad, otro claro ejem­plo claro es Nef­talí Re­yes, quien desde los trece ya pu­bli­caba ar­tícu­los y a los 17 creaba ex­tra­or­di­na­rios ver­sos, es ar­gu­men­ta­ble que las con­di­cio­nes ex­cep­cio­na­les y par­ti­cu­la­res de sus vi­das les otorgó una ca­pa­ci­dad inusual de “la vi­sión del mundo” / otro claro ejem­plo en la poe­sía es una clara ex­cep­ción a su pers­pec­tiva so­bre el “ba­gaje téc­nico “ se­ria Juan Ra­món Ji­mé­nez, de quien se puede afir­mar con cierta ve­ra­ci­dad que era un si­nes­tete, así parte de su téc­nica no fue apren­dida sino natural.

  6. josedepierola 5 febrero 2010 at 2:17 am #

    Al­fonso,
    De acuerdo, la poe­sía es caso aparte. Aun­que vale la pena te­ner en cuenta que en la poe­sía hay dos ti­pos de poe­tas, los que es­cri­ben guia­dos por la in­tui­ción y la es­truc­tura del len­guaje, y los que es­cri­ben por­que sa­ben lo que es­tán ha­ciendo. Esto no im­plica, por su­puesto, que un tipo de poe­sía sea ne­ce­sa­ria­mente me­jor que la otra.
    Gra­cias por sus co­men­ta­rios.
    Cor­dia­les sa­lu­dos,
    José de Piérola

  7. eric hennings 12 febrero 2010 at 12:10 am #

    jose
    es in­tere­sante leer tus opi­nio­nes so­bre los es­cri­to­res, creo que es­tos na­cen mas que se ha­cen, me agrado la ma­nera que es­cri­biste la ori­gi­nal sur y norte (la pri­mera que se pu­blico y fue una suerte con­se­guir y ma­yor au­to­gra­fiar) y me pa­re­cio digna de un es­cri­tor nato, la ca­pa­ci­dad de plan­tear el mundo de di­ver­sas ma­ne­ras es lo que nos dan nue­vos estilos

    un abrazo
    eric

  8. josedepierola 13 febrero 2010 at 7:43 pm #

    Eric,
    Gra­cias por los co­men­ta­rios.
    Un abrazo,

    José de Piérola


Deja un comentario


9 − tres =