Archivo de 'Cine & Lit'

Las infidelidades del cine

La dificultad de ser fiel

Es­cribí hace al­gu­nos me­ses que desde sus inicios el cine man­tiene un largo ro­mance con la no­vela. No sólo se ex­presa en el in­ter­cam­bio fruc­tí­fero de téc­ni­cas na­rra­ti­vas en­tre los dos me­dios, sino tam­bién, y quizá so­bre todo, en el he­cho de que tan­tas pe­lí­cu­las ha­yan sido lle­va­das al cine. Ali­cia en el país de las ma­ra­vi­llas, por ejem­plo, has sido adap­tada más de treinta ve­ces. Para creer que este pro­ceso de adap­ta­ción es po­si­ble hay que es­tar de acuerdo con Eco cuando dice que la «trama» de una na­rra­ción es una es­truc­tura que puede ser re­creada en di­ver­sos sis­te­mas se­mióti­cos. No es­ta­ría de más aña­dir que la adap­ta­ción, de­bido a que re­crea una his­to­ria en otro me­dio, casi siem­pre cam­bia lo que ésta significa (…)

La subversiva Sra. Highsmith

Patricia Highsmith, joven y desinhibida

Uno de los mi­tos he­re­da­dos del ro­man­ti­cismo es la idea de que al­gu­nos gran­des ar­tis­tas no son re­co­no­ci­dos en su tiempo. Vin­cent Van Gogh pa­rece ser una prueba irre­fu­ta­ble de que esto es ver­dad. Sin em­bargo, me pre­gunto cuán­tos gran­des ar­tis­tas per­ma­ne­ce­rán para siem­pre des­co­no­ci­dos. Me atrevo a ha­cerme esa pre­gunta por­que no basta con que un ar­tista tenga ta­lento; tam­bién es ne­ce­sa­rio que el cir­cuito co­mer­cial, el crí­tico, o am­bos, lo rescaten (…)

Caer del estado de gracia

Desgracia

Uno de los te­mas cen­tra­les de la no­vela Des­gra­cia de J.M. Coet­zee, pu­bli­cada en 1999, es la caída so­cial de un pro­fe­sor uni­ver­si­ta­rio. La adap­ta­ción al cine, di­ri­gida por Steve Ja­cobs, pa­rece ilus­trar otro tipo de caída: lo que pasa cuando un ci­neasta se niega a asu­mir las di­fe­ren­cias que hay en­tre la no­vela y el cine (…)

La levedad de Seda

La «orientalización» de Seda

Usual­mente se acepta que una no­vela es una na­rra­ción larga so­bre even­tos fic­ti­cios. El nú­mero de pa­la­bras que la de­fi­nen —la ex­ten­sión— si­gue en disputa desde el mo­mento mismo de su apa­ri­ción. En la tra­di­ción an­glo­sa­jona la marca de las cin­cuenta mil pa­la­bras dis­tin­gue la no­vela de la no­vela corta, la cual a su vez está se­pa­rada del cuento por la marca de las veinte mil pa­la­bras. Lo que es­tos lí­mi­tes ar­bi­tra­rios tra­tan de ar­ti­cu­lar es la di­fe­ren­cia que existe en­tre la ex­pe­rien­cia de leer un cuento en com­pa­ra­ción con una no­vela. El pri­mero usual­mente se lee de un ti­rón, por lo cual debe te­ner un efecto con­tun­dente («knock-out» le lla­maba Cor­tá­zar). La no­vela, por el con­tra­rio, se lee en más de una se­sión, y, en al­gu­nos ca­sos, a lo largo de va­rias se­ma­nas o me­ses (como ocu­rre con Anna Karenina) (…)

El americano impasible

El americano impasible

Se dice que Graham Greene era un es­cri­tor que plan­teaba sus na­rra­cio­nes de una ma­nera ci­ne­má­tica. Él mismo afirma que, por lo me­nos en dos de sus no­ve­las, em­pleó el mé­todo del re­por­taje pe­rio­dís­tico, más vi­sual que des­crip­tivo. Esto no sig­ni­fica, sin em­bargo, que sus no­ve­las sean fá­cil­mente adap­ta­bles al cine. Pa­rece ser todo lo con­tra­rio, por ejem­plo, con El ame­ri­cano im­pa­si­ble, que pu­blica en 1955, una año des­pués que la Con­fe­ren­cia de Gi­ne­bra de­ci­diera ter­mi­nar la ocu­pa­ción co­lo­nial fran­cesa, par­tiendo Viet­nam en el Pa­ra­lelo 17 (…)

Déjame que te cuente

El hombre invisible

Los in­ven­to­res del cine, quizá de­bido a que este me­dio era ra­di­cal­mente nuevo, no se die­ron cuenta de las po­si­bi­li­da­des de su in­vento. Se con­ten­ta­ron con mos­trar la ima­gen en mo­vi­miento que, para en­ton­ces, pa­re­cía bas­tante. Los pri­me­ros ci­neas­tas, aun­que com­pren­die­ron la ca­pa­ci­dad na­rra­tiva del cine, pen­sa­ron que te­nían que in­ven­tarlo todo (…)

Esta pared no existe

Molino de viento

Cuando leí por pri­mera vez Don Qui­jote, una de las imá­ge­nes que me quedó me­jor gra­bada en la me­mo­ria fue aque­lla de los mo­li­nos de viento, que ima­giné en­ton­ces como gi­gan­tes­cas cons­truc­cio­nes blan­cas, re­cor­ta­das con­tra un cielo man­chego lleno de nu­bes gri­ses. Cuando tuve la opor­tu­ni­dad, no dudé ni un ins­tante en via­jar hasta La Man­cha, para ver en per­sona los le­gen­da­rios mo­li­nos de viento. Los del Qui­jote no existían (…)